COPENHAGUE – En 2009, cuando Copenhague fue la ciudad anfitriona de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, estuve presente como miembro del parlamento con la sensación de ser testigo de un acontecimiento que cambiaría el mundo. Por años los negociadores habían tratado de llegar a un amplio acuerdo de limitación de las emisiones de gases de invernadero, y la atención mundial estaba volcada sobre Dinamarca. Lamentablemente, la crisis financiera mundial y los intereses nacionales específicos acabaron por impedir que se concretara.
Hoy los negociadores del clima se reúnen una vez más, esta vez en París, y las expectativas de un acuerdo son igual de altas. Sin embargo, en esta ocasión hay buenas probabilidades de que se llegue a un acuerdo sólido. Asistiré como ministro danés para asuntos climáticos, y creo que la conferencia de este año será el punto de inflexión sobre el control planetario del cambio climático.
El ambiente político es muy distinto del de hace seis años. Cuando se realizó la conferencia de Copenhague, el mundo todavía estaba tambaléandose tras haber estado al borde del colapso financiero, había importantes políticos que ponían en duda que el cambio climático fuera causado por el hombre y muchos grupos industriales hacían campañas de presión para evitar el carácter obligatorio de los límites a las emisiones.
Hoy la economía mundial se está recuperando, los científicos del clima han eliminado las últimas dudas sobre las causas del cambio climático y la comunidad empresarial ha tomado partido por el medio ambiente. En 2009 se podían contar con los dedos de las manos los líderes empresariales con vocación ecológica, mientras que hoy ya son miles. Por ejemplo, en noviembre Goldman Sachs anunció que invertiría $150 mil millones en energías renovables para el año 2025.
La dinámica misma de las negociaciones ha cambiado de manera fundamental. El objetivo ya no es generar un acuerdo que indique los límites de emisiones para cada país; en lugar de ello, estamos desarrollando un marco que permita a los gobiernos decidir a qué nivel de reducciones se pueden comprometer. Como resultado, hay países individuales que están haciendo avanzar el acuerdo, ya que se han dado cuenta de las graves consecuencias de no hacer nada y que reducir las emisiones resulta conveniente en el largo plazo.
Hay signos de avance por todos lados. Por ejemplo, el año pasado Estados Unidos y China firmaron un acuerdo bilateral de lucha contra el cambio climático. EE.UU. se comprometió a reducir sus emisiones de CO2 entre un 26 y un 28% para 2025, y China acordó llegar a su límite de emisiones alrededor de 2030 e irlas reduciendo tras ello.
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Se trata de un nuevo enfoque que ha ampliado considerablemente el alcance de las negociaciones climáticas. Se espera que el acuerdo al que se llegue en París incluya a más de 180 países y abarque al menos un 90% de las emisiones globales de CO2. En comparación, el Protocolo de Kioto abarcaba menos de un 15% de las mismas.
No hay duda de que se puede y debe hacer mucho más. Dinamarca seguirá luchando contra el cambio climático. En los próximos 25 años, la demanda mundial de energía aumentará en casi un tercio, impulsada principalmente por países que no pertenecen a la OCDE, como China e India, y tenemos que asegurarnos de que se provea de la manera más sostenible. Organizaciones como la Agencia Energética Internacional desempeñarán un papel de apoyo cada vez mayor en esta transición hacia las energías limpias.
La comunidad internacional parece encaminada a lograr el objetivo acordado en Copenhague de recaudar $100 mil millones al año para financiar a los países en desarrollo hasta el 2020. Para lograrlo, tendremos que emplear el poder del mercado y recurrir a fondos públicos para atraer la inversión privada. En este respecto, el Fondo de Inversión Climática, a través del que el gobierno invierte en conjunto con los importantes fondos de pensiones locales en proyectos para beneficiar a compañías danesas, podría servir de ejemplo para otros países.
Esta iniciativa también ha de implicar ir eliminando gradualmente los subsidios a los combustibles fósiles, así como desarrollar nuevas herramientas financieras para motivar a los inversionistas a solucionar problemas por su cuenta, sin tener que recurrir al financiamiento público.
Si se llega a un acuerdo en París podría lograrse el marco global que el planeta tanto necesita para reducir las emisiones totales de gases de invernadero. Si bien no significaría, ni mucho menos, el fin de la lucha contra el cambio climático, representaría un sólido cimiento para la transición global hacia una economía verde.
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Bashar al-Assad’s fall from power has created an opportunity for the political and economic reconstruction of a key Arab state. But the record of efforts to stabilize post-conflict societies in the Middle East is littered with failure, and the next few months will most likely determine Syria's political trajectory.
say that Syrians themselves must do the hard work, but multilateral assistance has an important role to play.
The US president-elect has vowed to round up illegal immigrants and raise tariffs, but he will probably fail to reinvigorate the economy for the masses, who will watch the rich get richer on crypto and AI. America has been here before, and if Trump doesn’t turn on the business class and lay the blame at its feet, someone else will.
thinks the next president will be forced to choose between big business and the forgotten man.
COPENHAGUE – En 2009, cuando Copenhague fue la ciudad anfitriona de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, estuve presente como miembro del parlamento con la sensación de ser testigo de un acontecimiento que cambiaría el mundo. Por años los negociadores habían tratado de llegar a un amplio acuerdo de limitación de las emisiones de gases de invernadero, y la atención mundial estaba volcada sobre Dinamarca. Lamentablemente, la crisis financiera mundial y los intereses nacionales específicos acabaron por impedir que se concretara.
Hoy los negociadores del clima se reúnen una vez más, esta vez en París, y las expectativas de un acuerdo son igual de altas. Sin embargo, en esta ocasión hay buenas probabilidades de que se llegue a un acuerdo sólido. Asistiré como ministro danés para asuntos climáticos, y creo que la conferencia de este año será el punto de inflexión sobre el control planetario del cambio climático.
El ambiente político es muy distinto del de hace seis años. Cuando se realizó la conferencia de Copenhague, el mundo todavía estaba tambaléandose tras haber estado al borde del colapso financiero, había importantes políticos que ponían en duda que el cambio climático fuera causado por el hombre y muchos grupos industriales hacían campañas de presión para evitar el carácter obligatorio de los límites a las emisiones.
Hoy la economía mundial se está recuperando, los científicos del clima han eliminado las últimas dudas sobre las causas del cambio climático y la comunidad empresarial ha tomado partido por el medio ambiente. En 2009 se podían contar con los dedos de las manos los líderes empresariales con vocación ecológica, mientras que hoy ya son miles. Por ejemplo, en noviembre Goldman Sachs anunció que invertiría $150 mil millones en energías renovables para el año 2025.
La dinámica misma de las negociaciones ha cambiado de manera fundamental. El objetivo ya no es generar un acuerdo que indique los límites de emisiones para cada país; en lugar de ello, estamos desarrollando un marco que permita a los gobiernos decidir a qué nivel de reducciones se pueden comprometer. Como resultado, hay países individuales que están haciendo avanzar el acuerdo, ya que se han dado cuenta de las graves consecuencias de no hacer nada y que reducir las emisiones resulta conveniente en el largo plazo.
Hay signos de avance por todos lados. Por ejemplo, el año pasado Estados Unidos y China firmaron un acuerdo bilateral de lucha contra el cambio climático. EE.UU. se comprometió a reducir sus emisiones de CO2 entre un 26 y un 28% para 2025, y China acordó llegar a su límite de emisiones alrededor de 2030 e irlas reduciendo tras ello.
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Se trata de un nuevo enfoque que ha ampliado considerablemente el alcance de las negociaciones climáticas. Se espera que el acuerdo al que se llegue en París incluya a más de 180 países y abarque al menos un 90% de las emisiones globales de CO2. En comparación, el Protocolo de Kioto abarcaba menos de un 15% de las mismas.
No hay duda de que se puede y debe hacer mucho más. Dinamarca seguirá luchando contra el cambio climático. En los próximos 25 años, la demanda mundial de energía aumentará en casi un tercio, impulsada principalmente por países que no pertenecen a la OCDE, como China e India, y tenemos que asegurarnos de que se provea de la manera más sostenible. Organizaciones como la Agencia Energética Internacional desempeñarán un papel de apoyo cada vez mayor en esta transición hacia las energías limpias.
La comunidad internacional parece encaminada a lograr el objetivo acordado en Copenhague de recaudar $100 mil millones al año para financiar a los países en desarrollo hasta el 2020. Para lograrlo, tendremos que emplear el poder del mercado y recurrir a fondos públicos para atraer la inversión privada. En este respecto, el Fondo de Inversión Climática, a través del que el gobierno invierte en conjunto con los importantes fondos de pensiones locales en proyectos para beneficiar a compañías danesas, podría servir de ejemplo para otros países.
Esta iniciativa también ha de implicar ir eliminando gradualmente los subsidios a los combustibles fósiles, así como desarrollar nuevas herramientas financieras para motivar a los inversionistas a solucionar problemas por su cuenta, sin tener que recurrir al financiamiento público.
Si se llega a un acuerdo en París podría lograrse el marco global que el planeta tanto necesita para reducir las emisiones totales de gases de invernadero. Si bien no significaría, ni mucho menos, el fin de la lucha contra el cambio climático, representaría un sólido cimiento para la transición global hacia una economía verde.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen