ADÍS ABEBA – La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) de noviembre llega en un momento de agitación económica y geopolítica que afecta a la seguridad alimentaria y la salud pública, entre otros sectores. Pero los desafíos inmediatos que enfrentamos no deben distraernos de una verdad irrefutable: la batalla más importante que enfrentará nuestra generación es la lucha contra el cambio climático.
Este año las lluvias extremas causaron una de las catástrofes más mortíferas de este siglo en Sudáfrica. Actualmente, las peores inundaciones en la historia de Pakistán dejaron bajo agua a un tercio del país. Lejos de ser situaciones insólitas, esos eventos climáticos graves se están convirtiendo en algo normal. Los expertos creen que se duplicó la probabilidad de las lluvias extremas debido al cambio climático, que también causó devastaciones de otros tipos, como sequías e incendios descontrolados.
África es particularmente vulnerable a esos efectos. Según el economista jefe interino del Banco Africano de Desarrollo (BAFD), el cambio climático le cuesta a ese continente entre el 5 % y el 15 % del crecimiento de su PBI per cápita. Con el paso del tiempo, esas pérdidas podrían aumentar de manera considerable y la agricultura sería el sector más golpeado. Esto tendría consecuencias devastadoras, no solo para el desarrollo económico, sino también para la seguridad alimentaria.
Muchos llaman a la COP27 —que se llevará a cabo en Sharm el-Sheij, Egipto— la «COP de África», pero en África preferimos en cambio verla como la «COP de la implementación», un encuentro que irá más allá de las nobles aspiraciones y los compromisos imprecisos, para crear una agenda integral orientada a los resultados. Y, sí, esa agenda debe incluir un mayor apoyo —financiero y de otros tipos— al África, el continente que menos contribuyó al cambio climático.
Me hago eco de las palabras del presidente del BAFD, Akinwumi Adesina, los africanos no venimos a pedir limosna, traemos recursos y soluciones. Ya estamos implementando acciones concretas para acelerar la transición verde y protegernos de los peores efectos del cambio climático.
En primer lugar, los países africanos están adoptando la energía verde. En los últimos años, la capacidad energética renovable del país experimentó un brusco aumento, la energía solar, la eólica y la hídrica experimentaron aumentos anuales de dos dígitos. En África están dos de los mayores proyectos solares del mundo (en Egipto y Marruecos), y dos de las 20 empresas con más rápido crecimiento en 2022 están en el sector de la energía solar. Desde Nigeria hasta Namibia, los países están adoptando tecnologías favorables al clima, como el hidrógeno verde.
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La Comisión de la Unión Africana está completamente involucrada para combatir el cambio climático en múltiples frentes. El Comité de la UA de Agricultura, Desarrollo Rural, Economía Azul y Desarrollo Sostenible (ARBE, por su sigla en inglés) amplió su mandato para reflejar la importancia de aumentar la resiliencia, y de la adaptación y la mitigación. El ARBE ha estado trabajando en varios proyectos determinantes con sus organizaciones asociadas, como la preparación de la Estrategia para el Cambio Climático de la UA. Hace poco colaboró también en el desarrollo de una estrategia integrada para orientar el desarrollo y la aplicación de servicios vinculados con el tiempo y el clima en África.
Mientras tanto, las agencias especializadas de la UA, como el Grupo Africano para el Desarrollo de Capacidades de Gestión de Riesgos (ARC, African Risk Capacity Group), están ayudando los países africanos aprovechar los sistemas tecnológicos de alerta temprana y preparación para mejorar su capacidad de recuperación. La organización trabaja estrechamente con los gobiernos para fortalecer su capacidad para proteger vidas y apoyar la reconstrucción de infraestructuras dañadas por catástrofes naturales. A través de ARC Limited, la empresa de seguros vinculada al Grupo, ofrece seguros paramétricos contra eventos climáticos extremos.
Por su parte, el BAFD reorientó su atención y recursos hacia el cambio climático. En 2020, el BAFD otorgó el 63 % de su financiamiento a proyectos relacionados con la adaptación al cambio climático, eso lo convierte en la institución financiera para el desarrollo que destinó el mayor porcentaje de sus fondos a estas cuestiones. Este año, el banco comprometió 12 500 millones de dólares más al financiamiento de la adaptación climática a través del Programa Africano para la Aceleración de la Adaptación (AAAP, Africa Adaptation Acceleration Program), un organismo fundado en 2021 con múltiples partes interesadas y liderado por África.
Se estima que África necesitará 52 700 millones de dólares al año hasta 2030 para financiar las adaptaciones. La meta de financiamiento del AAAP se fijó en 25 000 millones de dólares y se espera que los países ricos aporten el resto. Pero aun cuando África implementa y financia la acción climática, los compromisos de la comunidad internacional se siguen quedando cortos.
Y los compromisos son solo el primer paso. El gobierno británico consiguió logros dignos de elogio en la COP26 del año pasado en Glasgow: movilizó no solo a la comunidad internacional, sino también al sector privado y la sociedad civil para lograr un récord de compromisos de financiamiento climático. Pero un año después, muchos de esos compromisos aún son solo eso: promesas.
Tal vez no debiéramos sorprendernos. Después de todo, en la COP 2009, en Copenhague, los países ricos se comprometieron a entregar 100 000 millones de dólares por año para financiar las metas de mitigación y adaptación de los países en vías de desarrollo para 2020. Ya pasaron dos años de esa fecha y en gran medida no cumplieron sus compromisos.
Por eso solicitamos la introducción de mecanismos mejorados para el monitoreo y seguimiento de los compromisos para el financiamiento climático. No debiera ser difícil agregarles cronogramas claros y puntos de referencia para la implementación. También hay que simplificar los procesos para acceder a esos fondos.
En la COP27 será fundamental desplazar el foco de las decisiones a la acción. No necesitamos más acuerdos sobre los avances futuros sino que debemos traducir los logros de las cumbres anteriores en cooperación mundial para la acción climática integral. Por ejemplo, las iniciativas para fortalecer la gestión de los riesgos de catástrofes deben adoptar un enfoque holístico que cubra todo, desde la movilización de los recursos y los sistemas de alerta temprana, hasta las transferencias de tecnología y el desarrollo de capacidades.
En África también hace falta un enfoque más holístico, no solo es muy vulnerable al cambio climático sino que además debe cubrir necesidades considerables para el desarrollo. Para ese enfoque serán necesarios desembolsos significativos de capital, que no se pueden financiar con endeudamiento sin empujar a los países africanos que ya sufren dificultades por la deuda hacia una crisis.
Más allá de cumplir los compromisos de financiamiento, los actores internacionales deben proporcionar una mayor variedad de opciones para todos los países africanos, independientemente de su situación financiera. Estas tareas deben incluir al sector privado. Para apoyar la implementación, los países africanos tendrán que acceder al apoyo técnico adecuado.
No hay exageración posible cuando hablamos de la escala del desafío climático. Para enfrentarlo será necesaria una combinación de mitigación, desarrollo de la resiliencia y adaptación gracias a asociaciones estratégicas, la difusión eficaz del conocimiento y el apoyo financiero y conocimiento técnico adecuados.
África está haciendo lo suyo, el resto del mundo también debe hacerlo, empezando por la COP27.
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A promising way to mobilize more climate finance for developing countries is to expand the use of “solidarity levies”: global levies on carbon dioxide emissions and other economic activities that channel proceeds to developing countries. The benefits of scaling up such measures would be far-reaching.
Although Americans – and the world – have been spared the kind of agonizing uncertainty that followed the 2020 election, a different kind of uncertainty has set in. While few doubt that Donald Trump's comeback will have far-reaching implications, most observers are only beginning to come to grips with what those could be.
consider what the outcome of the 2024 US presidential election will mean for America and the world.
ADÍS ABEBA – La Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) de noviembre llega en un momento de agitación económica y geopolítica que afecta a la seguridad alimentaria y la salud pública, entre otros sectores. Pero los desafíos inmediatos que enfrentamos no deben distraernos de una verdad irrefutable: la batalla más importante que enfrentará nuestra generación es la lucha contra el cambio climático.
Este año las lluvias extremas causaron una de las catástrofes más mortíferas de este siglo en Sudáfrica. Actualmente, las peores inundaciones en la historia de Pakistán dejaron bajo agua a un tercio del país. Lejos de ser situaciones insólitas, esos eventos climáticos graves se están convirtiendo en algo normal. Los expertos creen que se duplicó la probabilidad de las lluvias extremas debido al cambio climático, que también causó devastaciones de otros tipos, como sequías e incendios descontrolados.
África es particularmente vulnerable a esos efectos. Según el economista jefe interino del Banco Africano de Desarrollo (BAFD), el cambio climático le cuesta a ese continente entre el 5 % y el 15 % del crecimiento de su PBI per cápita. Con el paso del tiempo, esas pérdidas podrían aumentar de manera considerable y la agricultura sería el sector más golpeado. Esto tendría consecuencias devastadoras, no solo para el desarrollo económico, sino también para la seguridad alimentaria.
Muchos llaman a la COP27 —que se llevará a cabo en Sharm el-Sheij, Egipto— la «COP de África», pero en África preferimos en cambio verla como la «COP de la implementación», un encuentro que irá más allá de las nobles aspiraciones y los compromisos imprecisos, para crear una agenda integral orientada a los resultados. Y, sí, esa agenda debe incluir un mayor apoyo —financiero y de otros tipos— al África, el continente que menos contribuyó al cambio climático.
Me hago eco de las palabras del presidente del BAFD, Akinwumi Adesina, los africanos no venimos a pedir limosna, traemos recursos y soluciones. Ya estamos implementando acciones concretas para acelerar la transición verde y protegernos de los peores efectos del cambio climático.
En primer lugar, los países africanos están adoptando la energía verde. En los últimos años, la capacidad energética renovable del país experimentó un brusco aumento, la energía solar, la eólica y la hídrica experimentaron aumentos anuales de dos dígitos. En África están dos de los mayores proyectos solares del mundo (en Egipto y Marruecos), y dos de las 20 empresas con más rápido crecimiento en 2022 están en el sector de la energía solar. Desde Nigeria hasta Namibia, los países están adoptando tecnologías favorables al clima, como el hidrógeno verde.
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Mientras tanto, las agencias especializadas de la UA, como el Grupo Africano para el Desarrollo de Capacidades de Gestión de Riesgos (ARC, African Risk Capacity Group), están ayudando los países africanos aprovechar los sistemas tecnológicos de alerta temprana y preparación para mejorar su capacidad de recuperación. La organización trabaja estrechamente con los gobiernos para fortalecer su capacidad para proteger vidas y apoyar la reconstrucción de infraestructuras dañadas por catástrofes naturales. A través de ARC Limited, la empresa de seguros vinculada al Grupo, ofrece seguros paramétricos contra eventos climáticos extremos.
Por su parte, el BAFD reorientó su atención y recursos hacia el cambio climático. En 2020, el BAFD otorgó el 63 % de su financiamiento a proyectos relacionados con la adaptación al cambio climático, eso lo convierte en la institución financiera para el desarrollo que destinó el mayor porcentaje de sus fondos a estas cuestiones. Este año, el banco comprometió 12 500 millones de dólares más al financiamiento de la adaptación climática a través del Programa Africano para la Aceleración de la Adaptación (AAAP, Africa Adaptation Acceleration Program), un organismo fundado en 2021 con múltiples partes interesadas y liderado por África.
Se estima que África necesitará 52 700 millones de dólares al año hasta 2030 para financiar las adaptaciones. La meta de financiamiento del AAAP se fijó en 25 000 millones de dólares y se espera que los países ricos aporten el resto. Pero aun cuando África implementa y financia la acción climática, los compromisos de la comunidad internacional se siguen quedando cortos.
Y los compromisos son solo el primer paso. El gobierno británico consiguió logros dignos de elogio en la COP26 del año pasado en Glasgow: movilizó no solo a la comunidad internacional, sino también al sector privado y la sociedad civil para lograr un récord de compromisos de financiamiento climático. Pero un año después, muchos de esos compromisos aún son solo eso: promesas.
Tal vez no debiéramos sorprendernos. Después de todo, en la COP 2009, en Copenhague, los países ricos se comprometieron a entregar 100 000 millones de dólares por año para financiar las metas de mitigación y adaptación de los países en vías de desarrollo para 2020. Ya pasaron dos años de esa fecha y en gran medida no cumplieron sus compromisos.
Por eso solicitamos la introducción de mecanismos mejorados para el monitoreo y seguimiento de los compromisos para el financiamiento climático. No debiera ser difícil agregarles cronogramas claros y puntos de referencia para la implementación. También hay que simplificar los procesos para acceder a esos fondos.
En la COP27 será fundamental desplazar el foco de las decisiones a la acción. No necesitamos más acuerdos sobre los avances futuros sino que debemos traducir los logros de las cumbres anteriores en cooperación mundial para la acción climática integral. Por ejemplo, las iniciativas para fortalecer la gestión de los riesgos de catástrofes deben adoptar un enfoque holístico que cubra todo, desde la movilización de los recursos y los sistemas de alerta temprana, hasta las transferencias de tecnología y el desarrollo de capacidades.
En África también hace falta un enfoque más holístico, no solo es muy vulnerable al cambio climático sino que además debe cubrir necesidades considerables para el desarrollo. Para ese enfoque serán necesarios desembolsos significativos de capital, que no se pueden financiar con endeudamiento sin empujar a los países africanos que ya sufren dificultades por la deuda hacia una crisis.
Más allá de cumplir los compromisos de financiamiento, los actores internacionales deben proporcionar una mayor variedad de opciones para todos los países africanos, independientemente de su situación financiera. Estas tareas deben incluir al sector privado. Para apoyar la implementación, los países africanos tendrán que acceder al apoyo técnico adecuado.
No hay exageración posible cuando hablamos de la escala del desafío climático. Para enfrentarlo será necesaria una combinación de mitigación, desarrollo de la resiliencia y adaptación gracias a asociaciones estratégicas, la difusión eficaz del conocimiento y el apoyo financiero y conocimiento técnico adecuados.
África está haciendo lo suyo, el resto del mundo también debe hacerlo, empezando por la COP27.
Traducción al español por Ant-Translation