kenewendo4_Mario TamaGetty Images_islandclimatechange Mario Tama/Getty Images

Por una financiación climática orientada a misiones

GABORONE – Con el aumento de nivel de los mares, Tuvalu, un pequeño archipiélago en el océano Pacífico, se está hundiendo bajo el agua. Hace poco Australia firmó con este estado insular un acuerdo histórico por el que ofrecerá residencia a los tuvaluanos desplazados por el cambio climático; es un signo de las emergentes derivaciones económicas, geopolíticas y humanitarias del calentamiento global. Con el reconocimiento de su posible extinción, Tuvalu nos da un atisbo de lo que depara el futuro en un planeta que se calienta a ritmo acelerado.

Pero muchos políticos y funcionarios parecen desconocer la naturaleza transfronteriza de la crisis climática y su impacto inminente sobre todos los países. Hay investigaciones que demuestran que 3600 millones de personas (casi la mitad de la población mundial) viven en áreas muy vulnerables al cambio climático. Esto vale sobre todo para los habitantes de los países más pobres (y en particular las mujeres, las niñas y las comunidades indígenas), a pesar de ser quienes menos responsabilidad tienen por el problema.

Estas poblaciones suelen depender del entorno natural para la supervivencia, de modo que son las que más riesgo corren de ver sus vidas y medios de sustento destruidos por fenómenos meteorológicos extremos. En la última década, los desastres naturales en países pobres han provocado el triple de daños económicos respecto de hace treinta años, y se han revertido arduos avances en materia de desarrollo.

Los países en desarrollo no deben quedar librados a su suerte frente a las temibles consecuencias del calentamiento global. Los efectos actuales y futuros del cambio climático serán más o menos graves según la capacidad del mundo para promover objetivos colectivos en lo referido a la adaptación, la mitigación y la generación de resiliencia en una forma inclusiva y con atención al género. Hay que poner el bienestar humano y la salud del planeta en primer lugar, y esto implica capitalizar el acervo de conocimiento acumulado por las comunidades indígenas. También es importante adoptar soluciones financieras innovadoras, eficientes, transparentes y equitativas.

El acuerdo alcanzado el año pasado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) para la puesta en marcha de un fondo de pérdidas y daños, que proveerá ayuda financiera a países vulnerables al clima, es un paso en la dirección correcta. Pero los 700 millones de dólares iniciales comprometidos para el fondo son mucho menos que la cantidad que necesitan los países en desarrollo para medidas de adaptación (entre 215 000 y 387 000 millones de dólares al año de aquí a 2030). Como señala Simon Stiell, secretario ejecutivo de la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático, el fondo de pérdidas y daños «no elimina ni disminuye la necesidad urgente de ampliar la financiación para medidas de adaptación».

Además, para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050, es necesario invertir unos 4,3 billones de dólares al año de aquí a 2030 en energía limpia. Esto pone de manifiesto la necesidad urgente de crear un marco integral para medidas de adaptación, con metas monetarias, cualitativas y cuantitativas que puedan usarse para obtener financiación de los países de altos ingresos.

Subscribe to PS Digital
PS_Digital_1333x1000_Intro-Offer1

Subscribe to PS Digital

Access every new PS commentary, our entire On Point suite of subscriber-exclusive content – including Longer Reads, Insider Interviews, Big Picture/Big Question, and Say More – and the full PS archive.

Subscribe Now

La financiación adicional para el clima lograda en la COP28 es insuficiente. Para llevar adelante acciones climáticas a la altura de las necesidades de las comunidades vulnerables e indígenas se necesita un modelo de financiación orientado a misiones que apunte a lograr una transición con un máximo de eficiencia y justicia. También será necesario un enorme aumento de la inversión en medidas de mitigación y adaptación. Por ejemplo, en la COP28 los gobiernos acordaron triplicar la capacidad de producción de energía renovable y abandonar el uso de combustibles fósiles. Pero para lograrlo deben presentar compromisos ambiciosos y concretos con una mayor financiación de la transición.

África ofrece abundantes pruebas de que la financiación para el clima todavía es injusta e insuficiente. El continente sufre en forma desproporcionada los efectos del cambio climático, a pesar de ser el que menos contribuye a la emisión de gases de efecto invernadero. Pero entre 2016 y 2019, sólo recibió el 3% de los flujos mundiales de financiación para el clima, a pesar de que en el continente hay varias iniciativas tendientes a apoyar medidas de adaptación y mitigación.

África puede ser líder en la definición del progreso y en su promoción; incluso podría convertirse en modelo para el uso innovador, eficiente y equitativo de la financiación para el clima. Diversas instituciones africanas, entre ellas el Banco Africano de Exportación e Importación, el Banco Africano de Desarrollo y el Grupo Africano de Capacidad frente a Riesgos, pueden ser interlocutores con una sólida reputación y experiencia en financiación y en las particularidades del entorno político y económico del continente. Pero hay que cubrir con urgencia la falta de financiación suficiente: las perturbaciones climáticas han comenzado a agravar tensiones en áreas frágiles como el Sahel, impulsan migraciones masivas con preocupantes consecuencias para la seguridad mundial y trastornan las cadenas globales de suministro y el comercio internacional.

África tiene ideas, ambición y capacidad para implementar soluciones climáticas. Por ejemplo, hemos identificado numerosos proyectos verdes listos para empezar que sólo necesitan un empujoncito financiero para despegar. Además, el continente es hogar de mujeres notables que lideran la lucha contra el calentamiento global. He colaborado con algunas de estas campeonas del clima, y su dedicación y experiencia no tienen rival.

El sur global tiene un potencial inmenso para lograr una transición justa y generar resiliencia climática. Lo único que falta es la financiación. Los gobiernos de los países de altos ingresos, las instituciones multilaterales, el sector privado y los organismos internacionales deben proveer las inversiones necesarias y garantizar que las mujeres tengan voz en la elaboración de las estrategias de financiación para el clima. Pero antes deben dejar de ver la inversión en nuestros países como un riesgo y comprender que el riesgo real está en no actuar con la rapidez suficiente. Es hora de regenerar confianza y pensar un nuevo modelo de cooperación para el desarrollo basado en estructuras justas, equitativas y financiadas.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/G1GIgs6es