POTSDAM – Cuando pase la crisis de la COVID-19 y los gobiernos intenten recuperar sus economías, muchos se verán ante la tentación de retractarse de sus compromisos en torno al clima y la naturaleza. Harían bien en resistir ese impulso.
Este siglo se caracterizará por la velocidad, la escala, la conectividad y la sorpresa, e invariablemente habrá una interacción entre pandemias globales, caos climático, deforestación y extinciones masivas de especies, cada una reforzando a la otra. Si las medidas de corto plazo que se adopten no promueven una resiliencia económica de largo plazo mediante la gobernanza eficaz de los recursos comunes globales, solo será cuestión de tiempo antes de que ocurra el próximo desastre.
Esto se debe a que enfrentamos un nuevo paisaje de riesgos, de los que el COVID-19 no es más que la última manifestación, y que se define por nuestra actual era geológica, el Antropoceno, en que la humanidad es la fuerza y la fuente predominante de presión sobre el planeta.
Además de la actual amenaza a la salud pública mundial, se agranda la sombra de las crisis climáticas y de la biodiversidad. Nos encontramos en un serio riesgo de superar el límite de 2ºC al calentamiento global en apenas 30 años, y estamos en medio de la sexta extinción masiva de especies desde la aparición de la vida compleja en la Tierra hace 540 millones de años. Cruzar estos puntos de inflexión podría conllevar efectos devastadores e irreversibles sobre los pueblos de todos los puntos del planeta.
Es más, estas crisis sanitaria, climática y de la biodiversidad están vinculadas entre sí. Por ejemplo, es más probable que surja una pandemia si seguimos transgrediendo los límites planetarios que controlan la estabilidad de la Tierra. La rápida deforestación acelera el calentamiento global y degrada los hábitats silvestres. Si a eso añadimos un comportamiento de alto riesgo (como los llamados mercados silvestres húmedos) y la escasa capacidad de las respuestas a situaciones de emergencia, se darán las condiciones adecuadas para brotes de enfermedades que se transmiten de animales a humanos que luego desencadenen pandemias mundiales catastróficas.
En efecto, la evidencia científica demuestra no solo que esas enfermedades zoonóticas están en aumento, sino que es más probable que haya virus que pasen de animales a los seres humanos cuando la deforestación destruye los hábitats silvestres y se comercian y explotan sus especies.
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Los riesgos globales están directamente vinculados a una escasez de bienes públicos globales como el control de enfermedades, así como el uso excesivo de recursos comunes globales como el aire y agua puros, un clima estable, la biodiversidad y la presencia de bosques intactos.
Pero la sorpresa se ha convertido en la nueva normalidad cuando se trata de las cosas que más importan: salud, seguridad y sostenibilidad. En consecuencia, nuestras prioridades de largo plazo deben ser la mejora de la provisión de bienes públicos globales, generar resiliencia en los recursos comunes globales y encontrar maneras de mitigar las inevitables crisis económicas.
Las autoridades que busquen un estímulo rápido para reactivar sus economías deberían tener en mente tres reformas esenciales.
En primer lugar, los gobiernos deben integrar los diversos paquetes de rescate de varios billones de dólares en un plan de recuperación ecológico que siga ciertos principios clave. Para empezar, el aumento de los precios del carbono para dirigir la inversión pública y privada hacia las energías renovables y la conservación. Es cierto que algunos gobiernos podrían considerar que los precios del carbono son un obstáculo adicional para las inversiones en carreteras, puentes y centrales eléctricas. Pero las inversiones en infraestructura sin los incentivos adecuados se encapsulan aún más en una economía de alto uso de carbono, volviendo los ajustes futuros más costosos, si no imposibles.
Mientras tanto, los gobiernos del G-20 deberían utilizar la emisión de bonos a 50 años para crear un fondo de inversión que financie proyectos destinados a impulsar la sostenibilidad y la capacidad de recuperación económica. Financiado por todos los Estados miembros de la Unión Europea, ese fondo sería una señal de solidaridad política y reduciría la incertidumbre, eliminando una barrera crucial para la innovación y el espíritu de emprendimiento. Debería aplicar criterios claros de sostenibilidad y ofrecer créditos a tasas de interés inferiores a las del mercado.
Además, las cadenas de suministro globales deben utilizar una diversificación geográfica y la acumulación de existencias de reserva para volverse más resilientes a los desastres naturales y las pandemias. En particular, su diseño debe integrar consideraciones de seguridad, sanidad y sostenibilidad para ayudar a asegurar la provisión flexible, fiable y segura de bienes y servicios, como la producción local de alimentos y energía limpia.
El segundo conjunto de reformas debe centrarse en la generación de prosperidad humana respetando los límites del planeta para así evitar los efectos catastróficos del calentamiento global, la degradación del medio ambiente y los brotes de enfermedades zoonóticas. Este enfoque también mejoraría la calidad del aire, reduciendo significativamente la cantidad de personas que mueren prematuramente cada año a causa de la contaminación atmosférica (actualmente se estima en unos siete millones). Además, reduciría el riesgo de sequías, inundaciones, incendios y brotes de enfermedades, así como la inseguridad alimentaria que a menudo los acompaña.
En términos de medidas concretas, esto implica la adopción de objetivos basados en la ciencia que vayan más allá del calentamiento global. Se debería elevar la meta de limitar a 1,5ºC establecida en el acuerdo climático de París con objetivos globales para detener la pérdida de biodiversidad y mantener intactos los ecosistemas terrestres y marinos.
Por último, debemos fortalecer la gobernanza de nuestros recursos globales comunes. Tal como la atmósfera es uno de ellos, puesto que el comportamiento de un país afecta a todos los demás, así mismo las interacciones humanas con la vida silvestre afectan la probabilidad de que surjan enfermedades de origen zoonótico. Y necesitamos con urgencia fortalecer la capacidad de instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud y el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas para estar mejor preparados para las pandemias futuras.
Los múltiples riesgos mundiales catastróficos de hoy en día exigen una acción colectiva urgente por parte de todos los países, a fin de convertirnos en verdaderos guardianes de todo el planeta. No es pedir lo imposible, sino más bien reconocer que la salud y la prosperidad individual de todos depende de nuestra capacidad de respetar los límites planetarios y gestionar adecuadamente lo que nos pertenece a todos.
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China has built substantial production capacity in green-tech sectors like electric vehicles and solar panels, but has faced rising trade barriers in developed markets whose governments worry about anti-competitive "overcapacity." Fortunately, one hears no such complaints from the Global South.
shows how Chinese industry and capital can accelerate the green transition in developing countries.
While even the world’s poorest economies have become richer in recent decades, they have continued to lag far behind their higher-income counterparts – and the gap is not getting any smaller. According to this year’s Nobel Prize-winning economists, institutions are a key reason why. From Ukraine’s reconstruction to the regulation of artificial intelligence, the implications are as consequential as they are far-reaching.
POTSDAM – Cuando pase la crisis de la COVID-19 y los gobiernos intenten recuperar sus economías, muchos se verán ante la tentación de retractarse de sus compromisos en torno al clima y la naturaleza. Harían bien en resistir ese impulso.
Este siglo se caracterizará por la velocidad, la escala, la conectividad y la sorpresa, e invariablemente habrá una interacción entre pandemias globales, caos climático, deforestación y extinciones masivas de especies, cada una reforzando a la otra. Si las medidas de corto plazo que se adopten no promueven una resiliencia económica de largo plazo mediante la gobernanza eficaz de los recursos comunes globales, solo será cuestión de tiempo antes de que ocurra el próximo desastre.
Esto se debe a que enfrentamos un nuevo paisaje de riesgos, de los que el COVID-19 no es más que la última manifestación, y que se define por nuestra actual era geológica, el Antropoceno, en que la humanidad es la fuerza y la fuente predominante de presión sobre el planeta.
Además de la actual amenaza a la salud pública mundial, se agranda la sombra de las crisis climáticas y de la biodiversidad. Nos encontramos en un serio riesgo de superar el límite de 2ºC al calentamiento global en apenas 30 años, y estamos en medio de la sexta extinción masiva de especies desde la aparición de la vida compleja en la Tierra hace 540 millones de años. Cruzar estos puntos de inflexión podría conllevar efectos devastadores e irreversibles sobre los pueblos de todos los puntos del planeta.
Es más, estas crisis sanitaria, climática y de la biodiversidad están vinculadas entre sí. Por ejemplo, es más probable que surja una pandemia si seguimos transgrediendo los límites planetarios que controlan la estabilidad de la Tierra. La rápida deforestación acelera el calentamiento global y degrada los hábitats silvestres. Si a eso añadimos un comportamiento de alto riesgo (como los llamados mercados silvestres húmedos) y la escasa capacidad de las respuestas a situaciones de emergencia, se darán las condiciones adecuadas para brotes de enfermedades que se transmiten de animales a humanos que luego desencadenen pandemias mundiales catastróficas.
En efecto, la evidencia científica demuestra no solo que esas enfermedades zoonóticas están en aumento, sino que es más probable que haya virus que pasen de animales a los seres humanos cuando la deforestación destruye los hábitats silvestres y se comercian y explotan sus especies.
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Los riesgos globales están directamente vinculados a una escasez de bienes públicos globales como el control de enfermedades, así como el uso excesivo de recursos comunes globales como el aire y agua puros, un clima estable, la biodiversidad y la presencia de bosques intactos.
Pero la sorpresa se ha convertido en la nueva normalidad cuando se trata de las cosas que más importan: salud, seguridad y sostenibilidad. En consecuencia, nuestras prioridades de largo plazo deben ser la mejora de la provisión de bienes públicos globales, generar resiliencia en los recursos comunes globales y encontrar maneras de mitigar las inevitables crisis económicas.
Las autoridades que busquen un estímulo rápido para reactivar sus economías deberían tener en mente tres reformas esenciales.
En primer lugar, los gobiernos deben integrar los diversos paquetes de rescate de varios billones de dólares en un plan de recuperación ecológico que siga ciertos principios clave. Para empezar, el aumento de los precios del carbono para dirigir la inversión pública y privada hacia las energías renovables y la conservación. Es cierto que algunos gobiernos podrían considerar que los precios del carbono son un obstáculo adicional para las inversiones en carreteras, puentes y centrales eléctricas. Pero las inversiones en infraestructura sin los incentivos adecuados se encapsulan aún más en una economía de alto uso de carbono, volviendo los ajustes futuros más costosos, si no imposibles.
Mientras tanto, los gobiernos del G-20 deberían utilizar la emisión de bonos a 50 años para crear un fondo de inversión que financie proyectos destinados a impulsar la sostenibilidad y la capacidad de recuperación económica. Financiado por todos los Estados miembros de la Unión Europea, ese fondo sería una señal de solidaridad política y reduciría la incertidumbre, eliminando una barrera crucial para la innovación y el espíritu de emprendimiento. Debería aplicar criterios claros de sostenibilidad y ofrecer créditos a tasas de interés inferiores a las del mercado.
Además, las cadenas de suministro globales deben utilizar una diversificación geográfica y la acumulación de existencias de reserva para volverse más resilientes a los desastres naturales y las pandemias. En particular, su diseño debe integrar consideraciones de seguridad, sanidad y sostenibilidad para ayudar a asegurar la provisión flexible, fiable y segura de bienes y servicios, como la producción local de alimentos y energía limpia.
El segundo conjunto de reformas debe centrarse en la generación de prosperidad humana respetando los límites del planeta para así evitar los efectos catastróficos del calentamiento global, la degradación del medio ambiente y los brotes de enfermedades zoonóticas. Este enfoque también mejoraría la calidad del aire, reduciendo significativamente la cantidad de personas que mueren prematuramente cada año a causa de la contaminación atmosférica (actualmente se estima en unos siete millones). Además, reduciría el riesgo de sequías, inundaciones, incendios y brotes de enfermedades, así como la inseguridad alimentaria que a menudo los acompaña.
En términos de medidas concretas, esto implica la adopción de objetivos basados en la ciencia que vayan más allá del calentamiento global. Se debería elevar la meta de limitar a 1,5ºC establecida en el acuerdo climático de París con objetivos globales para detener la pérdida de biodiversidad y mantener intactos los ecosistemas terrestres y marinos.
Por último, debemos fortalecer la gobernanza de nuestros recursos globales comunes. Tal como la atmósfera es uno de ellos, puesto que el comportamiento de un país afecta a todos los demás, así mismo las interacciones humanas con la vida silvestre afectan la probabilidad de que surjan enfermedades de origen zoonótico. Y necesitamos con urgencia fortalecer la capacidad de instituciones internacionales como la Organización Mundial de la Salud y el Programa de Medio Ambiente de las Naciones Unidas para estar mejor preparados para las pandemias futuras.
Los múltiples riesgos mundiales catastróficos de hoy en día exigen una acción colectiva urgente por parte de todos los países, a fin de convertirnos en verdaderos guardianes de todo el planeta. No es pedir lo imposible, sino más bien reconocer que la salud y la prosperidad individual de todos depende de nuestra capacidad de respetar los límites planetarios y gestionar adecuadamente lo que nos pertenece a todos.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen