PRAGA – El mundo ha vuelto a fracasar en su intento de alcanzar acuerdo sólido alguno sobre el clima, esta vez en las negociaciones que concluyeron recientemente en Doha. El lector puede no haberlo advertido, porque, en contraste muy marcado con los años anteriores, la mayoría de los medios de comunicación, como reflejo de un desinterés cada vez mayor del público, se han limitado a pasar por alto dichas negociaciones.
La reunión de Doha era la continuación de veinte años de negociaciones fracasadas sobre el clima, desde la Cumbre de la Tierra inicial, celebrada en Río en 1992. Allí, los países prometieron reducir en el año 2000 las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero a los niveles de 1990; los países de la OCDE se alejaron del objetivo en casi un nueve por ciento. El Protocolo de Kyoto de 1998 ha fracaso casi enteramente y el empeño de salvar el mundo en Copenhague en 2009 se hundió estrepitosamente.
Hasta ahora, las emisiones del mundo no han cesado de aumentar –y a un ritmo acelerado–, pues las de 2011 fueron un 50 por ciento mayores que en 1990. Los veinte últimos años de negociaciones mundiales sobre el clima han reducido ese aumento en tan sólo medio punto porcentual.
Suponiendo –con cierto optimismo– que se mantenga esa reducción en todo el siglo, reducirá el aumento de la temperatura en la mitad, aproximadamente, de una centésima de grado Celsius (aproximadamente una centésima de grado Fahrenheit) en 2100. Los niveles del mar subirán un milímetro (un veintiavo de pulgada), aproximadamente, menos. Ni siquiera en cien años serán mensurables esos cambios.
El costo de la consecución de esos nimios resultados ha sido probablemente de entre 20.000 y 30.000 millones de dólares al año: la mayor parte, desarrollo económico perdido, debido a la utilización forzosa de una energía más cara. Los beneficios para la Humanidad –medidos en inundaciones marginalmente inferiores, una reducción casi insignificante de olas de calor y demás– asciende en total a 1.000 millones de dólares al año. Así, pues, en cuanto a rentabilidad, cada dólar gastado en política sobre el clima ha producido el valor de cinco centavos de beneficio.
Ya es hora de cambiar de rumbo. Hay formas inteligentes de abordar el calentamiento planetario, innovando para reducir el precio de la energía verde; lamentablemente, no se las promueve en las negociaciones sobre el clima patrocinadas por las Naciones Unidas.
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Pero, si bien debemos abordar el cambio climático, vale la pena recordar nuestras prioridades. Como de costumbre, una vorágine de informes alarmantes sobre el cambio climático intentaron (pero fracasaron) intensificar el interés por la reunión de Doha.
El Banco Mundial, decepcionantemente alejado de sus habituales y cuidadosos informes, publicó el alarmista panfleto Bajar la calefacción, del que es coautor William Hare, director durante mucho tiempo de la política sobre el clima para Greenpeace. Con ocasión de su lanzamiento, el Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, afirmó: “Si no abordamos el cambio climático, nunca acabaremos con la pobreza”.
¿De verdad? Hasta ahora, las políticas sobre el clima han demostrado ser formas extraordinariamente costosas de hacer contribuciones mínimas… y en un futuro muy lejano. Resulta particularmente cierto en el caso de los pobres del mundo. Tal vez deberíamos empezar a pensar en la otra negociación de Doha, que se inició hace once años, sobre el libre comercio en el mundo, y que podría ayudar a los pobres del mundo muchos miles de veces más.
Los modelos del Banco Mundial muestran que incluso el acuerdo menos ambicioso para liberalizar un poco más el comercio y reducir las subvenciones a la agricultura produciría beneficios importantes. Según el argumento clásico en pro del libre comercio, la especialización y el intercambio benefician a todo el mundo, porque la producción de bienes se hace allí donde resulta mejor. Los modelos del Banco muestran que ese denominado beneficio estático podría aumentar el PIB mundial anual en varios centenares de miles de millones de dólares al final del decenio, de los que tal vez 50.000 millones corresponderían a países en desarrollo. Hacia el final del siglo, el beneficio anual ascendería a un billón y medio de dólares, de los cuales la mitad acabaría en el mundo en desarrollo.
Pero, a lo largo de los dos últimos decenios, un número cada vez mayor de estudios ha demostrado que ésa es sólo una parte del argumento. La Historia revela que las economías abiertas crecen más rápidamente. Ejemplos de ello son Corea del Sur desde 1965, Chile desde 1974 y la India desde 1991; todos ellos registraron tasas de crecimiento marcadamente superiores después de la liberalización.
El mismo mensaje procede de los modelos de equilibrio general computable de la economía mundial: incluso un comercio moderadamente más libre ayuda a los mercados nacionales a volverse más eficientes y a las cadenas de distribución a volverse más integradas y transferir conocimientos más fácilmente, lo que espolea la innovación. En conjunto, ese beneficio dinámico aumenta la tasa de crecimiento del PIB.
En un reciente examen de la bibliografía económica, uno de los principales autores de modelos del Banco Mundial, el profesor Kym Anderson, mostró que los beneficios a largo plazo de una moderadamente lograda Ronda de Doha de negociaciones comerciales mundiales sería inmenso. El PIB anual hacia 2020 sería unos cinco billones de dólares, aproximadamente, mayor que si no hubiera un acuerdo, tres de los cuales corresponderían al tercer mundo. Hacia el final del siglo, unas tasas de crecimiento ligeramente superiores habrán producido un aumento acumulado de ingresos que superaría los cien billones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales corresponderían al mundo en desarrollo.
En ese momento, los beneficios de un comercio más libre añadirían un 20 por ciento, aproximadamente, al año al PIB del mundo en desarrollo. Los costos totales, la mayoría de ellos para librar del hábito de las subvenciones a los agricultores del mundo desarrollado, son más de 10.000 veces inferiores: unos 50.000 millones de dólares al año durante un decenio o dos.
Es algo que importa y no sólo por el dinero. Un comercio más libre permitirá a más personas escapar de la pobreza y conseguir suficientes alimentos y agua potable. Aumentará la educación y extenderá la atención de salud. Hará las sociedades más resistentes contra las inundaciones y los huracanes y, con mayores ingresos, serán más las personas que podrán permitirse el lujo de cuidar el medio ambiente. En una palabra, contribuirá a un mundo mejor.
Aun en un caso extraordinariamente optimista, el resultado de la reunión sobre el clima de Doha habría costado 500.000 millones de dólares al año y los beneficios habrían sido menos de cinco centavos por dólar. En cambio, un modesto acuerdo de libre cambio de Doha, podría ayudar a los pobres del mundo miles de veces más, mucho antes y a un costo muy inferior.
Sí, debemos abordar el cambio climático… y hacerlo de forma inteligente, pero las negociaciones de Doha sobre el clima siempre han estado en un callejón sin salida. Si de verdad queremos ayudar a los pobres del mundo, debemos tomarnos en serio las otras conversaciones de Doha.
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Following South Korean President Yoon Suk-yeol’s groundless declaration of martial law, legislators are pursuing his impeachment. If they succeed, they will have offered a valuable example of how democracies should deal with those who abuse the powers of their office.
thinks the effort to remove a lawless president can serve as an important signal to the rest of the world.
Even if predictions based on campaign statements and cabinet appointments leave us uncertain about how Donald Trump will approach big foreign-policy issues, we can still situate his worldview in a longer-running US tradition. After all, he is hardly the first politician to proclaim “America First.”
considers what can be gleaned from the president-elect’s past statements, recent appointments, and US history.
PRAGA – El mundo ha vuelto a fracasar en su intento de alcanzar acuerdo sólido alguno sobre el clima, esta vez en las negociaciones que concluyeron recientemente en Doha. El lector puede no haberlo advertido, porque, en contraste muy marcado con los años anteriores, la mayoría de los medios de comunicación, como reflejo de un desinterés cada vez mayor del público, se han limitado a pasar por alto dichas negociaciones.
La reunión de Doha era la continuación de veinte años de negociaciones fracasadas sobre el clima, desde la Cumbre de la Tierra inicial, celebrada en Río en 1992. Allí, los países prometieron reducir en el año 2000 las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero a los niveles de 1990; los países de la OCDE se alejaron del objetivo en casi un nueve por ciento. El Protocolo de Kyoto de 1998 ha fracaso casi enteramente y el empeño de salvar el mundo en Copenhague en 2009 se hundió estrepitosamente.
Hasta ahora, las emisiones del mundo no han cesado de aumentar –y a un ritmo acelerado–, pues las de 2011 fueron un 50 por ciento mayores que en 1990. Los veinte últimos años de negociaciones mundiales sobre el clima han reducido ese aumento en tan sólo medio punto porcentual.
Suponiendo –con cierto optimismo– que se mantenga esa reducción en todo el siglo, reducirá el aumento de la temperatura en la mitad, aproximadamente, de una centésima de grado Celsius (aproximadamente una centésima de grado Fahrenheit) en 2100. Los niveles del mar subirán un milímetro (un veintiavo de pulgada), aproximadamente, menos. Ni siquiera en cien años serán mensurables esos cambios.
El costo de la consecución de esos nimios resultados ha sido probablemente de entre 20.000 y 30.000 millones de dólares al año: la mayor parte, desarrollo económico perdido, debido a la utilización forzosa de una energía más cara. Los beneficios para la Humanidad –medidos en inundaciones marginalmente inferiores, una reducción casi insignificante de olas de calor y demás– asciende en total a 1.000 millones de dólares al año. Así, pues, en cuanto a rentabilidad, cada dólar gastado en política sobre el clima ha producido el valor de cinco centavos de beneficio.
Ya es hora de cambiar de rumbo. Hay formas inteligentes de abordar el calentamiento planetario, innovando para reducir el precio de la energía verde; lamentablemente, no se las promueve en las negociaciones sobre el clima patrocinadas por las Naciones Unidas.
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Pero, si bien debemos abordar el cambio climático, vale la pena recordar nuestras prioridades. Como de costumbre, una vorágine de informes alarmantes sobre el cambio climático intentaron (pero fracasaron) intensificar el interés por la reunión de Doha.
El Banco Mundial, decepcionantemente alejado de sus habituales y cuidadosos informes, publicó el alarmista panfleto Bajar la calefacción, del que es coautor William Hare, director durante mucho tiempo de la política sobre el clima para Greenpeace. Con ocasión de su lanzamiento, el Presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, afirmó: “Si no abordamos el cambio climático, nunca acabaremos con la pobreza”.
¿De verdad? Hasta ahora, las políticas sobre el clima han demostrado ser formas extraordinariamente costosas de hacer contribuciones mínimas… y en un futuro muy lejano. Resulta particularmente cierto en el caso de los pobres del mundo. Tal vez deberíamos empezar a pensar en la otra negociación de Doha, que se inició hace once años, sobre el libre comercio en el mundo, y que podría ayudar a los pobres del mundo muchos miles de veces más.
Los modelos del Banco Mundial muestran que incluso el acuerdo menos ambicioso para liberalizar un poco más el comercio y reducir las subvenciones a la agricultura produciría beneficios importantes. Según el argumento clásico en pro del libre comercio, la especialización y el intercambio benefician a todo el mundo, porque la producción de bienes se hace allí donde resulta mejor. Los modelos del Banco muestran que ese denominado beneficio estático podría aumentar el PIB mundial anual en varios centenares de miles de millones de dólares al final del decenio, de los que tal vez 50.000 millones corresponderían a países en desarrollo. Hacia el final del siglo, el beneficio anual ascendería a un billón y medio de dólares, de los cuales la mitad acabaría en el mundo en desarrollo.
Pero, a lo largo de los dos últimos decenios, un número cada vez mayor de estudios ha demostrado que ésa es sólo una parte del argumento. La Historia revela que las economías abiertas crecen más rápidamente. Ejemplos de ello son Corea del Sur desde 1965, Chile desde 1974 y la India desde 1991; todos ellos registraron tasas de crecimiento marcadamente superiores después de la liberalización.
El mismo mensaje procede de los modelos de equilibrio general computable de la economía mundial: incluso un comercio moderadamente más libre ayuda a los mercados nacionales a volverse más eficientes y a las cadenas de distribución a volverse más integradas y transferir conocimientos más fácilmente, lo que espolea la innovación. En conjunto, ese beneficio dinámico aumenta la tasa de crecimiento del PIB.
En un reciente examen de la bibliografía económica, uno de los principales autores de modelos del Banco Mundial, el profesor Kym Anderson, mostró que los beneficios a largo plazo de una moderadamente lograda Ronda de Doha de negociaciones comerciales mundiales sería inmenso. El PIB anual hacia 2020 sería unos cinco billones de dólares, aproximadamente, mayor que si no hubiera un acuerdo, tres de los cuales corresponderían al tercer mundo. Hacia el final del siglo, unas tasas de crecimiento ligeramente superiores habrán producido un aumento acumulado de ingresos que superaría los cien billones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales corresponderían al mundo en desarrollo.
En ese momento, los beneficios de un comercio más libre añadirían un 20 por ciento, aproximadamente, al año al PIB del mundo en desarrollo. Los costos totales, la mayoría de ellos para librar del hábito de las subvenciones a los agricultores del mundo desarrollado, son más de 10.000 veces inferiores: unos 50.000 millones de dólares al año durante un decenio o dos.
Es algo que importa y no sólo por el dinero. Un comercio más libre permitirá a más personas escapar de la pobreza y conseguir suficientes alimentos y agua potable. Aumentará la educación y extenderá la atención de salud. Hará las sociedades más resistentes contra las inundaciones y los huracanes y, con mayores ingresos, serán más las personas que podrán permitirse el lujo de cuidar el medio ambiente. En una palabra, contribuirá a un mundo mejor.
Aun en un caso extraordinariamente optimista, el resultado de la reunión sobre el clima de Doha habría costado 500.000 millones de dólares al año y los beneficios habrían sido menos de cinco centavos por dólar. En cambio, un modesto acuerdo de libre cambio de Doha, podría ayudar a los pobres del mundo miles de veces más, mucho antes y a un costo muy inferior.
Sí, debemos abordar el cambio climático… y hacerlo de forma inteligente, pero las negociaciones de Doha sobre el clima siempre han estado en un callejón sin salida. Si de verdad queremos ayudar a los pobres del mundo, debemos tomarnos en serio las otras conversaciones de Doha.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.