US President-elect Joe Biden may have promised a “return to normalcy,” but the truth is that there is no going back. The world is changing in fundamental ways, and the actions the world takes in the next few years will be critical to lay the groundwork for a sustainable, secure, and prosperous future.
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BERKELEY – El año 2016 trajo consigo un ascenso del populismo en Estados Unidos, el Reino Unido y muchos otros países desarrollados. El estancamiento de los ingresos, las inciertas oportunidades de avance económico y un amplio descontento provocado por la pérdida de fe en el progreso llevaron a los votantes a apoyar a candidatos que prometen devolver el poder al “pueblo” y sacudir los cimientos de unos sistemas “arreglados” por la dirigencia política tradicional para favorecer a una “élite” corrupta. En Estados Unidos, la creciente diversidad étnica, las tensiones raciales contenidas y los cambios en las costumbres sociales echaron más leña al fuego electoral.
Un prolongado proceso de debilitamiento de la confianza de los estadounidenses en el gobierno federal culminó con la victoria de Donald Trump en la elección presidencial de noviembre: pese a los altos niveles de aprobación pública del presidente Barack Obama, sólo el 19% de los estadounidenses creen que el gobierno federal hace lo correcto. Dadas las prioridades tradicionales de los republicanos (visibles en las designaciones del presidente electo Trump para el gabinete), es probable una reducción de programas del gobierno federal (con la notable excepción del gasto en defensa). Irónicamente, los recortes de gasto en salud, educación, capacitación laboral y medioambiente, sumados a grandes rebajas regresivas de los impuestos personales y corporativos, derivarán más riqueza hacia la “élite” y afectarán a programas que benefician a la mayoría de las familias.
Pero los grandes retos sociales y económicos que son objeto de los programas federales no desaparecerán: en vez de eso, una cuota mayor de la responsabilidad de hacerles frente recaerá sobre los gobiernos estatales y locales, que tendrán que abordarlos con soluciones innovadoras. De hecho, la respuesta al trumpismo es el “federalismo progresista”: la búsqueda de objetivos políticos progresistas por medio de la considerable autoridad que el sistema federal estadounidense delega a los gobiernos de nivel subnacional.
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