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Las dos caras del excepcionalismo estadounidense

CAMBRIDGE – En julio, con otros 43 especialistas en relaciones internacionales, firmé una declaración pública donde sostuvimos que Estados Unidos debe preservar el orden internacional actual. Las instituciones que lo conforman han contribuido a “niveles inéditos de prosperidad y al período más largo en la historia moderna sin una guerra entre grandes potencias. El liderazgo estadounidense ayudó a crear este sistema, y el liderazgo estadounidense siempre ha sido crucial para su éxito”.

Pero algunos académicos serios se negaron a firmar, no sólo por considerar políticamente vanas tales declaraciones públicas, sino por desacuerdo con el “compromiso bipartidario estadounidense con la ‘hegemonía liberal’ y la fetichización del ‘liderazgo estadounidense’ en la que se basa”. Los críticos señalaron con razón que el orden liderado por Estados Unidos después de 1945 no fue global ni siempre muy liberal; los defensores respondimos que aunque imperfecto, ese orden produjo un crecimiento económico sin igual y permitió la difusión de la democracia.

Es improbable que estos debates afecten mucho al presidente Donald Trump, quien en su discurso de asunción proclamó: “De hoy en adelante, todo será Estados Unidos primero, Estados Unidos primero (…) Buscaremos la amistad y la buena voluntad de las naciones del mundo, pero comprendiendo que todas las naciones tienen derecho a poner en primer lugar sus propios intereses”.

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