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Un sistema alimentario global basado en los derechos

LONDRES/WASHINGTON/WARWICK. Hoy se espera que la población humana del mundo alcance la sorprendente cifra de diez mil millones de habitantes el próximo siglo, y el interrogante respecto de cómo lograr una seguridad alimentaria cobra relevancia. El sistema alimentario actual, en efecto, no está preparado para la tarea: hoy por hoy ya no logra garantizar que la población global esté alimentada y contribuye a la degradación ambiental. Hace mucho tiempo que hace falta una reforma radical.

Alrededor de 735 millones de personas en todo el mundo padecieron hambre el año pasado. Unos 828 millones sufrieron desnutrición y casi 148 millones de niños de menos de cinco años se vieron afectados por raquitismo. La falta de acceso a alimentos frescos y nutritivos también ha contribuido a que aumenten los niveles de obesidad en muchas comunidades, en tanto la gente se ha visto obligada a recurrir a alimentos no saludables. La obesidad plantea el riesgo de sufrir enfermedades crónicas como diabetes tipo 2, insuficiencia cardíaca, accidentes cerebrovasculares, cáncer e hipertensión.

La mala alimentación en todas sus formas (peso inferior al normal, sobrepeso y deficiencia de micronutrientes) agrava la vulnerabilidad de una persona a sufrir infecciones, lo que alimenta un ciclo perjudicial de resultados sanitarios adversos. Mientras tanto, la lucha constante por garantizar una nutrición adecuada -y hasta por evitar la hambruna- tiene consecuencias en la propia salud mental, lo que genera ansiedad, estrés y depresión, entre otras cosas. Como subraya un informe reciente de las Naciones Unidas, el derecho a la alimentación y el derecho a la salud están intrínsecamente asociados.

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