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Acercar la política monetaria a la gente

LONDRES – El Reino Unido tardó en adoptar la independencia del banco central, porque la otrora primera ministra, Margaret Thatcher, se oponía firmemente a permitir que banqueros no electos controlaran los tipos de interés. Llegó a declarar que jamás entregaría ese control; y el Banco de Inglaterra apenas se independizó en 1997, con la elección del primer gobierno laborista de Tony Blair.

La Vieja Dama de Threadneedle Street (como se conoce al Banco de Inglaterra) tuvo que esperar a cumplir 303 años para que se le dejara tomar sus propias decisiones (y cometer sus propios errores). La Reserva Federal de Estados Unidos y el Bundesbank alemán eran independientes hace ya mucho, pero la mayoría de los otros países europeos sólo siguieron el ejemplo durante el proceso previo a la creación de la unión monetaria. Por su parte, el Banco de Francia había quedado desde tiempos de Napoleón “en las manos del gobierno, pero discretamente”.

Durante los últimos veinte años, la independencia de los bancos centrales ha sido una especie de “fin de la historia” en materia de política monetaria, adoptada después de intentar (y fracasar con) muchos otros regímenes. En los años que precedieron a la crisis financiera global de 2008, la independencia de los bancos centrales se consideró eficaz para el control de la inflación; y los países con un déficit fiscal cuantioso se mostraron especialmente entusiastas al respecto, al obtener tipos de interés más bajos a largo plazo. A los bancos centrales que también regulan la industria bancaria se los cuestionaba duramente por tomarse la veloz expansión crediticia con ligereza, pero también se los elogiaba por su pronta y decidida respuesta ante los problemas que surgieran.

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