La modestia del Medio Oriente

“La madurez lo es todo”, concluye Edgar en el Rey Lear . Dejaré que los expertos en Shakespeare descifren lo que quiso decir. Pero para los diplomáticos y los historiadores, entender el concepto de madurez es esencial para su trabajo: se refiere a qué tan a punto está una negociación o un conflicto de resolverse.

Esto puede parecer intrascendente, pero no lo es en absoluto. Los Estados Unidos y los otros tres miembros del Cuarteto –la Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas—están planeando convocar a muchas de las partes del conflicto árabe-israelí a una reunión cerca de Washington en noviembre.

El problema es que el conflicto está lejos de estar maduro par su resolución. Ignorar esta realidad llevará al fracaso, si no es que a una catástrofe.

La madurez tiene varios elementos: debe proponerse una fórmula para que las partes involucradas la adopten, un proceso diplomático que las conduzca hasta ese punto y protagonistas que puedan negociar y que estén dispuestos a hacerlo.

No es claro que alguna de estas condiciones exista actualmente en el Medio Oriente. Mucho se ha dicho o se ha escrito sobre cómo sería la “situación final” o la paz entre Israel y los palestinos, pero subsisten diferencias importantes en cuanto a las fronteras, el estatus de Jerusalén y sus lugares sagrados, los derechos de los refugiados, el futuro de los asentamientos israelíes y los acuerdos de seguridad.

También hay una cuestión de proceso. ¿Quién debe participar en las negociaciones? ¿Qué temas debe incluir la agenda? ¿Qué tipo de actividades, incluyendo la violencia y los movimientos en los asentamientos, deben prohibirse mientras se llevan a cabo las negociaciones?

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Lo más crítico, sin embargo, son las condiciones del liderazgo local. El Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, puede querer firmar un acuerdo de paz con Israel, pero hay pocas evidencias de que esté en condiciones de hacerlo. Ha perdido toda su autoridad en Gaza y su control sobre Cisjordania es tenue. Si Palestina fuera un Estado, se diría que había fracasado.

El Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, está en una posición más fuerte, pero de cualquier forma insegura. Su gobierno de coalición sobrevive principalmente porque muchos miembros del parlamento israelí saben que perderían sus escaños en elecciones adelantadas. No se sabe si lo máximo que Olmert probablemente pudiera y quisiera ofrecer alcanzaría el mínimo que Abbas podría aceptar.

Tratar de poner fin al conflicto del Medio Oriente en tal clima sería inútil. Peor aún, el fracaso fortalecería a quienes sostienen, en ambos bandos de la disputa, que la diplomacia es una pérdida de tiempo.

Entonces, ¿qué debería hacerse?

En primer lugar, es importante que las expectativas sean modestas. El "éxito" debe definirse de forma estrecha. Los llamados a un acuerdo sobre los elementos más controvertidos de un arreglo de paz definitivo no son realistas. El simple hecho de acordar una agenda para reuniones posteriores sería un logro.

Aquí, y en otras cuestiones, los EU tendrán que tomar el liderazgo. No puede esperarse que las partes lleguen a un consenso por sí solas.

En segundo lugar, es esencial que esta reunión sea el principio de un proceso serio, no un acontecimiento aislado. Se deben evitar los calendarios rígidos que la historia indica que no se cumplirían. Pero nadie debe alejarse poniendo en duda la determinación de los EU y otros miembros del Cuarteto de lograr que el proceso tenga éxito lo más rápido que sea posible.

En tercer lugar, la diplomacia no puede sobrevivir, y mucho menos prosperar, en medio del deterioro de las circunstancias cotidianas en el terreno. Más que cualquier otra cosa, los palestinos deben asociar la paz y la diplomacia con el mejoramiento de sus condiciones de vida. Esto requiere un aumento de la seguridad, la llegada de ayuda e inversiones y limitar las expropiaciones que niegan la promesa de la condición de Estado. Los israelíes requieren y también merecen una seguridad mejorada.

En cuarto lugar, se debe dejar un camino a quienes no hayan asistido a la reunión para que se unan al proceso en una fecha posterior. La barrera más importante para Hamas y otros debe ser un compromiso claro de abandonar la violencia para fines políticos.

En quinto lugar, no se puede esperar que el liderazgo palestino asuma riesgos por la paz sin protección política. Esto significa que los gobiernos árabes encabezados por Egipto y Jordania, pero incluyendo a Arabia Saudita y otros miembros de la Liga Árabe, deben declarar públicamente que están dispuestos a apoyar una paz basada en la coexistencia con Israel. También ayudaría que aquellos países que estén en condiciones de hacerlo subrayaran su disposición a facilitar fondos para ayudar a construir un Estado palestino y a reubicar tanto a los refugiados como a aquéllos que viven en asentamientos que tuvieran que abandonarse como resultado de un acuerdo de paz.

A algunos, este enfoque les parecerá demasiado modesto. Pero todavía no es el momento para las grandes ambiciones. El contexto de la paz en el Medio Oriente se ha deteriorado abruptamente en los siete años desde que la administración Clinton reunió a las partes por última vez. Los líderes israelíes y palestinos actuales son mucho más débiles que sus predecesores; Hamas controla Gaza; Irán tiene más influencia; se han construido más asentamientos y una cerca; y los EU están empantanados en Iraq y han perdido prestigio en toda la región.

Este no es un argumento para la inacción. El abandono en el Medio Oriente rara vez es benigno. Pero es vital que los nuevos esfuerzos no causen más mal que bien. A veces evitar el fracaso es un mejor objetivo que lograr un gran éxito. Esta es una de esas veces. Los diplomáticos de hoy no harían mal en recordar la advertencia del gran estadista francés Talleyrand: “ Surtout, messieurs, point de zéle .” Sobre todo, no demasiado ímpetu.

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