px1930c.jpg Pedro Molina

Los límites del pánico

COPENHAGUE – Muchas veces escuchamos decir que el mundo tal como lo conocemos un día terminará, por lo general como consecuencia de un colapso ecológico. De hecho, más de 40 años después de que el Club de Roma difundió la madre de todos los pronósticos apocalípticos, Los límites del crecimiento, sus ideas básicas siguen vigentes. Pero el tiempo no ha sido amable.

Los límites del crecimiento advertía a la humanidad en 1972 que un colapso devastador estaba a punto de ocurrir. Pero, si bien hemos visto pánicos financieros desde entonces, no se han registrado ni escaseces ni colapsos productivos reales. Más bien, los recursos generados por el ingenio humano le siguen sacando mucha ventaja al consumo humano.

Sin embargo, el legado fundamental del informe sigue en pie: hemos heredado una tendencia a obsesionarnos por los remedios equivocados para problemas esencialmente triviales, mientras que solemos ignorar los grandes problemas y los remedios apropiados.

A comienzos de los años 1970, la andanada de optimismo tecnológico se terminó, la guerra de Vietnam fue un desastre, las sociedades estaban en estado de agitación y las economías se estancaban. El libro de 1962 de Rachel Carson Primavera silenciosa había generado temores por la contaminación y había dado origen al movimiento ambiental moderno; el título de 1968 de Paul EhrlichLa bomba demográfica lo decía todo. El primer Día de la Tierra, en 1970, fue profundamente pesimista.

La genialidad de Los límites del crecimiento fue fundir esos temores con el miedo a quedarnos sin recursos. Estábamos condenados, porque demasiadas personas consumirían demasiado. Aún si nuestra ingeniosidad nos sirviera para ganar tiempo, con la contaminación terminaríamos matando al planeta y a nosotros mismos. La única esperanza era frenar el crecimiento económico, reducir el consumo, reciclar y obligar a la gente a tener menos hijos, estabilizando a la sociedad en un nivel significativamente más pobre.

Hoy sigue resonando ese mensaje, aunque fuera espectacularmente errado. Por ejemplo, los autores de Los límites del crecimiento predijeron que antes de 2013, el mundo se habría quedado sin aluminio, cobre, oro, plomo, mercurio, molibdeno, gas natural, petróleo, plata, hojalata, tungsteno y cinc.

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Por el contrario, a pesar de los incrementos recientes, los precios de las materias primas en términos generales han caído a aproximadamente un tercio de su nivel hace 150 años. Las innovaciones tecnológicas han reemplazado al mercurio en las baterías, los rellenos dentales y los termómetros: el consumo de mercurio se redujo 98% y, para 2000, el precio había caído 90%. En términos más amplios, desde 1946, la oferta de cobre, aluminio, hierro y cinc ha sobrepasado al consumo, debido al descubrimiento de reservas adicionales y nuevas tecnologías para extraerlos a menor costo.

De la misma manera, el petróleo y el gas natural iban a acabarse en 1990 y 1992, respectivamente; hoy, las reservas de ambos son más grandes que en 1970, aunque consumimos muchísimo más. En el transcurso de los últimos seis años, sólo el gas de esquisto ha duplicado los recursos potenciales de gas en Estados Unidos y reducido el precio a la mitad.

En cuanto al colapso económico, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático estima que el PBI global per capita aumentará 14 veces en este siglo y 24 veces en el mundo en desarrollo.

Los límites del crecimiento se equivocó tanto porque sus autores pasaron por alto el mayor recurso de todos: nuestra propia iniciativa. El crecimiento demográfico se ha ido desacelerando desde fines de los años 1960. La oferta de alimentos no ha colapsado (se están utilizando 1.500 millones de hectáreas de tierra arable, pero hay otros 2.700 millones de hectáreas en reserva). La desnutrición ha caída más de la mitad, de 35% de la población mundial a menos del 16%.

Tampoco nos estamos atragantando con contaminación. Mientras que el Club de Roma imaginaba un pasado idílico sin ninguna contaminación particular del aire y agricultores felices, y un futuro ahogado por chimeneas en erupción, la realidad es absolutamente opuesta.

En 1900, cuando la población humana global era de 1.500 millones de habitantes, casi tres millones de personas -aproximadamente 1 de cada 500- moría cada año por causa de la contaminación ambiental, principalmente como consecuencia de la pésima calidad del aire en los espacios cerrados. Hoy, el riesgo se ha reducido a una muerte cada 2.000 personas. Si bien la contaminación sigue matando a más personas que la malaria, la tasa de mortalidad está cayendo, no subiendo.

Sin embargo, la mentalidad alimentada por Los límites del crecimiento sigue dando forma al pensamiento popular y de las elites.

Consideremos el reciclado, que suele ser apenas un gesto para sentirse bien con escasos beneficios ambientales y un costo significativo. El papel, por ejemplo, suele provenir de bosques sustentables, no bosques tropicales. El procesamiento y los subsidios gubernamentales asociados con el reciclado generan un papel de menor calidad para salvar un recurso que no está en peligro.

De la misma manera, los miedos a una población excesiva fueron el marco de políticas autodestructivas, como la política de un solo hijo de China y la esterilización por la fuerza en la India. Y, si bien se determinó que los pesticidas y otros agentes contaminantes han sido la causa de muerte de quizá la mitad de la población, los pesticidas bien regulados ocasionan alrededor de 20 muertes cada año en Estados Unidos, mientras que tienen ventajas importantes en la creación de alimentos más económicos y más abundantes.

Por cierto, la dependencia exclusivamente de la agricultura orgánica -un movimiento inspirado por el miedo a los pesticidas- costaría más de 100.000 millones de dólares anualmente en Estados Unidos. Con una eficiencia inferior al 16%, la producción actual requeriría otros 27 millones de hectáreas de tierras de labranza -una superficie de más de la mitad de California-. Los precios más elevados reducirían el consumo de frutas y verduras, causando infinidad de efectos adversos para la salud (entre ellos, decenas de miles de muertes adicionales por cáncer cada año).

La obsesión por los escenarios pesimistas nos distrae de las verdaderas amenazas globales. La pobreza es uno de los mayores asesinos, mientras que las enfermedades fácilmente curables siguen cobrándose 15 millones de vidas todos los años -25% de todas las muertes.

La solución es el crecimiento económico. Cuando sale de la pobreza, la mayoría de la gente no sucumbe a enfermedades infecciosas. China ya ha sacado a más de 680 millones de personas de la pobreza en las últimas tres décadas, liderando una caída de la pobreza a nivel mundial de casi 1.000 millones de personas. Eso ha creado sólidas mejoras en la salud, la longevidad y la calidad de vida.

Las cuatro décadas transcurridas desde Los límites del crecimiento han demostrado que necesitamos más, no menos crecimiento. Una expansión del comercio, con beneficios estimados que superan los 100 billones de dólares anuales hacia fines del siglo, sería miles de veces más beneficiosa que las tímidas políticas para hacernos sentir bien que resultan del alarmismo. Pero eso requiere abandonar una mentalidad anti-crecimiento y utilizar nuestro enorme potencial para crear un futuro más brillante.

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