El golpe de China en Blackstone

Cuando la National Offshore Oil Company de China intentó comprar la UNOCAL americana hace dos años, provocó un gran revuelo político en los Estados Unidos. Cuando Ports World de Dubai compró la P&O Steam Navigation Company de Gran Bretaña, que gestionaba puertos de los Estados Unidos, también hubo controversia en este país.

Sería de esperar que un país como los Estados Unidos, con un déficit por cuenta corriente de unos 800.000 millones de dólares al año, entendiera que resulta inevitable que un desequilibrio exterior de esa magnitud sólo se puede financiar vendiendo activos, lo que quiere decir que extranjeros con dinero adquieren la propiedad y el control de empresas radicadas en los Estados Unidos, pero este país –o al menos el Congreso y los medios de comunicación- no se dan cuenta. Evidentemente, los americanos abrigan la esperanza de que exista un mundo en el que puedan tener políticas fiscales ineficaces y que engendren déficit, una tasa muy baja de ahorro privado y una tasa moderada de inversión y todo ello financiado por capital extranjero cuyos propietarios corran los riesgos con mucho gusto, pero carezcan del control de sus activos.

Sería de esperar que los inversores extranjeros se estremecieran de terror ante esas condiciones y huyesen de los activos denominados en dólares, pero no ha sido así. Los altos precios del petróleo han creado enormes ingresos de exportación para los gobiernos del Oriente Medio, que siguen queriendo depositar sus ganancias en activos americanos. Lo mismo se puede decir de Rusia, cuyos oligarcas, además del enorme fondo de inversión estatal que ha credo el ministro de Hacienda Alexei Kudrin, también quieren invertir sus ingresos por petróleo en los Estados Unidos.

En cuanto a los gobiernos de Asia, encabezados por China, los Estados Unidos siguen siendo el importador en última instancia. La clave para su estrategia de desarrollo es la de poner a emigrantes de zonas rurales a fabricar productos de exportación destinados al mercado de los EE.UU. Dudan que otra estrategia de desarrollo, basada en el fomento de la demanda interna, diera resultado. Así, pues, deben mantener bajo el valor real de sus divisas en relación con el dólar, lo que significa que sus reservas ahora invertidas en los EE.UU. deben seguir aumentando.

Naturalmente, algún día esa situación tendrá un fin. Tal vez el valor real de las divisas asiáticas aumente repentinamente a consecuencia de un gran aumento de la inflación en Asia. Tal vez el dólar se desplome y haya un gran aumento de la inflación en los Estados Unidos, porque la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal llegue a la conclusión de que el abandono temporal del nivel de precios considerado idóneo sea un mal menor que el desempleo resultante de un desplome del dólar y un aumento vertiginoso de los tipos de interés.

Un gobierno que compra un seguro político contra los riesgos colocando activos de reserva cada vez mayores en valores en dólares se preserva contra ciertos peligros, pero está expuesto a otros riesgos, en particular si limita sus inversiones a esa sección del conjunto de activos –los bonos del Tesoro de los EE.UU y los bonos empresariales de la mayor calidad– cuya posesión por extranjeros no inquieta a los políticos americanos. Los bonos nominales no están bien protegidos contra la inflación y a largo plazo los activos pagaderos en efectivo sin un control eficaz son sumamente vulnerables ante los buitres financieros. La prudencia ayudaría a los gobiernos extranjeros y a los inversores privados a encontrar alguna forma de diversificación.

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Pero, ¿cómo? Comprar bonos de otros países significaría abandonar el objetivo de mantener el valor real de las divisas en un nivel inferior al del dólar. Comprar empresas enteras desencadena discursos irritados en el Congreso de los Estados Unidos. Lo que se necesitan son organizaciones intermedias que concedan cierto grado de control a los extranjeros, permitan la diversificación mediante una mayor diversidad de activos radicados en los EE.UU y, aun así, parezcan ciento por ciento americanas a los políticos de los EE.UU.

Ahí entra en escena el Blackstone Group. La inversión de China en Blackstone (3.000 millones de dólares), si bien es insignificante en comparación con los 1,3 billones de dólares de activos de reserva de China, suma que ha de llegar a ascender a 1,5 billones al final de este año y probablemente a 2 billones en 2009, es simplemente una prueba. Al comienzo del proceso, China tendrá pequeños e indirectos intereses de propiedad en gran número de empresas de los EE.UU y lo más probable es que no se les pongan las objeciones habituales. China conseguirá cierto grado de diversificación de los riesgos, reducirá la presión de los precios que ha mantenido en un nivel bajo sus ganancias resultantes de sus reservas de divisas y eludirá los problemas políticos. Blackstone obtendrá liquidez suplementaria que destinar a otras necesidades y también retribuciones suplementarias.

Algunos observadores creen que la reacción política en los EE.UU. contra "la compra [de este país] por extranjeros" es lo que pondrá fin a la configuración actual de los desequilibrios mundiales. Operaciones como la inversión de China en Blackstone aplazan esa reacción, pero no por mucho tiempo: 3.000 millones de dólares es el equivalente de las reservas que China acumula en menos de tres días laborables.

La pregunta que se plantea después de la inversión de China en Blackstone es ésta: ¿hasta dónde puede continuar ese proceso? ¿Y cuánto control descubrirán los inversores de los EE.UU. haber cedido?

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