China, las Olimpiadas y el liderazgo global

Al parecer, todo el mundo considera a China como la próxima gran potencia global. Un viaje a Beijing no cambia esa impresión. En medio del polvo, el ruido, las chispas de las soldadoras, las flotillas de revolvedoras de cemento y grúas de construcción está tomando forma el escenario de los Juegos Olímpicos de verano de 2008. El visitante se siente insignificante ante la magnitud caótica de esta empresa épica.

Pero al observar la escena desde el todavía incompleto Centro Morgan, el complejo de departamentos de lujo (donde la renta anual es de 800.000 dólares) y un hotel de siete estrellas que se está construyendo junto a las instalaciones olímpicas, uno queda impresionado no sólo por las dimensiones del proyecto sino por su diseño atrevido. Abajo, se ve el entramado del estadio olímpico “nido de pájaro” diseñado por Herzog & de Meuron. Junto a él está el impresionante centro acuático “cubo de agua”, de diseño chino-australiano.

No sorprende que después de los juegos, los líderes del Partido Comunista Chino tienen previsto abandonar sus pabellones retro en Zhongnanhai, el enclaustrado complejo detrás de la Ciudad Prohibida y mudarse a un nuevo “campus” adyacente al Olympic Green, el nuevo centro de poder de China. Los líderes chinos ven a las Olimpiadas no sólo como una celebración nacional, sino también como la mayor fiesta de presentación nacional de la historia.

Al sentir la impresionante energía que se ha desatado en Beijing, es fácil creer en las aspiraciones de China de regresar a una posición de riqueza y poder mundial. En efecto, durante el último medio siglo, cada vez que los chinos se han decidido, han demostrado una fuerza y determinación extraordinarias, ya sea al adoptar la revolución de Mao o en la manera igualmente irrestricta en la que están llevando a cabo la contrarrevolución económica iniciada por Deng Xiaoping.

Pero para convertirse realmente en una “gran nación”, China debe dar dos grandes saltos. Primero, debe estar más a sus anchas desempeñando un papel internacional más activo y constructivo. Actualmente China tiene una participación muy intensa en el mundo, sobre todo en el Tercer Mundo, debido al comercio. Pero conserva una noción decimonónica de soberanía –a saber, que en el territorio nacional de un país, sus líderes tienen el derecho absoluto de hacer lo que les venga en gana sin “interferencia” del exterior. Esta idea no sólo no coincide con las tendencias internacionales, sino que también impide que China desempeñe un papel útil en las crisis mundiales.

Los líderes chinos temen que si comienzan a pronunciarse sobre los asuntos internos de otras naciones, ya no se diga adherirse a las sanciones o participar en las misiones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas, ayudarán a establecer un precedente que permitiría a otros inmiscuirse en los asuntos internos de China. Pero el gobierno de China acaba de recibir una llamada de alarma en Sudán, de donde importa el 50% de su petróleo. Tras hacer tan poco para presionar al líder sudanés Omar al-Bashir a fin de que permitiera la intervención de fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU para acabar con las matanzas en Darfur, China súbitamente se dio cuenta de que la promesa de unas Olimpiadas inmaculadas estaba en riesgo.

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La actriz Mia Farrow, por ejemplo, sugirió que las Olimpiadas de 2008 podrían ser recordadas como “los juegos del genocidio”. Esto captó la atención de los líderes chinos. En cuestión de días se envió un emisario y al-Bashir cedió. Fue un momento importante en la evolución de China de ser un actor defensivo a uno activo en la escena internacional.

El segundo reto de China tiene que ver con el sistema híbrido capitalista/leninista de gobierno, que podría no funcionar lo suficientemente bien sin una retroalimentación democrática y un estado de derecho. Los líderes del partido podrían no estar lo suficientemente sintonizados con las necesidades del pueblo chino para responder a problemas como la corrupción, la degradación ambiental o el descontento de los campesinos antes de que las crisis los tornen irresolubles.

Aunque difícilmente son demócratas, el Presidente Hu Jintao y el Primer Ministro Wen Jiabao ya están dedicando cantidades importantes de tiempo y recursos a los problemas sociales que causan divisiones en las zonas rurales, donde comenzó la revolución de Mao, pero donde el crecimiento del ingreso se ha estancado. Hu y Wen han cancelado los impuestos agrícolas nacionales, han dispuesto que la educación rural sea gratuita, han iniciado un nuevo plan de seguro médico rural y han garantizado que, puesto que sigue sin existir el derecho a poseer tierras agrícolas privadas, los campesinos puedan renovar sus contratos de arrendamiento a largo plazo.

Así, China puede estarse desplazando hacia una forma totalmente nueva de interactuar con el mundo y de tratar con su pueblo; su curioso capitalismo autoritario puede estar acercándose poco a poco hacia un modelo nuevo, y posiblemente viable, de desarrollo a largo plazo. Pero, como Mao siempre afirmaba, la teoría no debe confundirse con la práctica, y la sostenibilidad de tal modelo no se ha puesto a prueba. En efecto, ningún Estado controlado por un partido comunista ha logrado todavía reformarse lo suficientemente para modernizarse y desarrollarse con éxito. En esto China es un pionero y una curiosidad del desarrollo.

El tipo de nación que China desea ser y hacia dónde se dirige en última instancia sigue siendo un enigma. En este momento, China no se concentra en grandiosas visiones políticas del futuro sino en visiones grandiosas de un Bejing renacido para impresionar al mundo. Bajo la superficie hay varias fisuras amenazadoras. Pero pasar por el Olympic Green en Beijing ayudará a muchos chinos a creer que tal vez el centro resista en este experimento inusual y sin precedentes de construcción nacional.

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