Hijos de franceses

Una característica enigmática, y que se suele pasar por alto, de la Francia que eligió a Nicolas Sarkozy como su nuevo presidente, y que ahora está inclinada a darles a sus aliados políticos un mandato parlamentario poderoso, es su mezcla de optimismo privado y pesimismo público.

Consideremos lo siguiente: Francia tiene la tasa de fertilidad más alta de la Unión Europea (apenas por debajo de dos hijos por mujer), incluso superior a la de la próspera Irlanda. Por supuesto, esa tasa por sí sola no basta para sustentar la actual población de Francia, pero es mucho más sólida que la de sus vecinos europeos y casi igual a la de Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de esto, las encuestas de Eurobarometer demuestran de manera consistente que los franceses son los más pesimistas de todos los europeos en lo que se refiere al futuro de su país. ¿Cómo puede ser que gente que es tan negativa frente a su futuro común como país construya con tanta confianza sus futuros privados en el seno de sus familias?

Por cierto, a los franceses, agobiados por décadas de imposibilidad por parte del gobierno de frenar el desempleo masivo, hoy se los suele percibir como si se hubiesen retirado de la esfera política para concentrarse en sus vidas y su ocio. Los museos, la jardinería, los clubes de todo tipo están en auge en la Francia de hoy. Pareciera que las asociaciones privadas ocuparon el lugar que dejaron los partidos políticos y los sindicatos.

Pero si los franceses le dieron la espalda a la esfera pública, ¿cómo se entiende la participación récord en la reciente elección presidencial, cuando más del 85% de la población se presentó a votar en ambas rondas? ¿Cómo se explica la pasión generada por la campaña y por el propio Sarkozy, incluso el apoyo masivo que recibió en la elección parlamentaria?

El fervor político, parece ser, no se ha desvanecido en la tierra de Rousseau y Danton. De manera que la verdad deber residir en otra parte: los franceses no perdieron las esperanzas en la política; simplemente están esperando la llegada de un líder genuino.

A decir verdad, se puede decir que los franceses nunca llegarán a creer que el Estado carece de poder, con globalización o sin ella. Los franceses siguen esperando cosas más importantes de parte de su gobierno que de una Europa integrada o del mundo sin fronteras.

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Sí, los franceses son amantes incorregibles del Estado benefactor (no son los únicos). Y Sarkozy parece entenderlo de manera instintiva. Su agenda parece apuntar a la liberalización interna -avanzar más allá de la semana de 35 horas, terminar con los regímenes de pensiones especiales otorgados a determinadas profesiones, aumentar los incentivos para trabajar y generar riqueza-. Pero también busca protegerse de los efectos mareantes de la globalización, lo cual probablemente implique un fuerte apoyo a la Política Agrícola Común de la UE, escepticismo frente a una mayor liberalización comercial y la voluntad de mejorar el gobierno económico de la Unión Europea.

De todos modos, precisamente porque les importa el futuro de sus numerosos hijos, los franceses son mucho más dóciles frente a algunas reformas sensatas de lo que normalmente cree la mayoría de los analistas (y políticos). La educación secundaria y superior, como debe ser, figuran en el tope de la agenda del nuevo gobierno. Pero con ellas también medidas destinadas a recurrir al Estado para estimular el espíritu empresario y alentar el dinamismo económico, tales como garantías públicas para la vivienda y los nuevos emprendimientos y una deducción impositiva para la inversión en pequeñas empresas.

Francia también necesita desesperadamente tomar conciencia de la naturaleza de su actual diversidad cultural. Y nadie debería olvidar que, a pesar de la retórica de su campaña y su aparente impopularidad entre muchos inmigrantes, el propio Sarkozy es el hijo de un inmigrante, que defiende las políticas audaces de acción afirmativa. Por otra parte, el nombramiento de una mujer con ascendencia norafricana como ministra de Justicia dejó eso en claro desde el principio.

La mayoría de los franceses entiende que la discriminación corroe sus espacios públicos -el mercado laboral, el lugar de trabajo, la vivienda y las instituciones educativas-. Los suburbios empobrecidos de Francia, las famosas banlieues , hacen que el ideal de "fraternité" suene como un insulto además de un perjuicio. Sarkozy no tiene misión más importante por delante que abrirles desde adentro todas las puertas a los hijos de otros que, como su padre, inmigraron a Francia.

De modo que a no confundirse al respecto. Nicolas Sarkozy no ha sido elegido para adaptar a Francia a una globalización esquiva. Su mandato es mucho más exigente: debe reconciliar los intereses públicos de Francia con sus pasiones privadas.

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