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De “ciudadanas corporativas” a catalizadoras de cambios mundiales

GINEBRA – Hasta el mes pasado, ya eran 183 los altos directivos empresariales que firmaron una declaración donde afirman su compromiso con trascender el mantra de la “primacía del accionista” hacia una gestión que tenga en cuenta a todas las partes interesadas, incluidos empleados, clientes, proveedores y comunidades. Ante esto, muchos respondieron con escepticismo. Pero rebajar la declaración de la organización empresarial estadounidense Business Roundtable a un mero gesto publicitario es no tener en cuenta el hecho de que las empresas hoy enfrentan intensos vientos de frente y tienen una capacidad comprobada para adaptarse a cambios en las condiciones.

La empresa moderna, desde su aparición, ha tenido que lidiar con una paradoja fundamental: la sociedad necesita organizaciones grandes para la solución de problemas colectivos complejos, pero también desconfía de la autoridad y toma de decisiones centralizadas. Como explican Robert D. Atkinson y Michael Lind en su último libro, Big is Beautiful: Debunking the Myth of Small Business [Lo grande es bello: refutación del mito de la pequeña empresa], en Estados Unidos, las empresas grandes superan a las pequeñas en casi todos los indicadores, desde salarios y productividad hasta exportaciones e innovación.

Pero según encuestas de opinión pública, las grandes empresas están entre las instituciones en las que menos confían los estadounidenses (apenas mejores que el periodismo televisivo y el Congreso), mientras que las pequeñas empresas figuran entre las más confiables (sólo superadas por el ejército). Esta paradoja de la confianza ha sido fuente de diversas transformaciones de la gobernanza corporativa a lo largo del tiempo.

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