EL CAIRO – Una serie de acontecimientos inesperados sucedidos en noviembre reveló la gravedad del estado de cosas actual en el mundo árabe. El primer ministro libanés anunció desde el extranjero su renuncia (pero más tarde se desdijo). Un misil lanzado desde Yemen impactó en Riad, la capital de Arabia Saudita. El gobierno saudita desplegó una masiva campaña anticorrupción en la que cayeron numerosas personalidades de alto perfil. Egipto, en tanto, sufrió el peor atentado terrorista del que se tenga memoria, con más de 300 civiles muertos o lesionados. Filmaciones de presuntas subastas de esclavos en Libia pusieron de manifiesto el caos en el que se debate el país tras la total desintegración del estado libio.
Dos hechos positivos, las victorias militares contra Estado Islámico y el reacercamiento de las facciones palestinas de Gaza y Cisjordania, no han podido aplacar la inquietud colectiva de la región, ni inspirar confianza en que de algún modo el mundo árabe podrá sustraerse al abismo. La interferencia extranjera en Siria, Líbano, Irak y Yemen ya es rutina. Y las polémicas que se desarrollan en torno de la política identitaria y las fronteras en el Levante son preludio de graves desafíos fundamentales que nos aguardan.
En realidad, la situación en Medio Oriente no sorprende, dado que en los últimos años ningún país árabe lideró algún intento de resolver los conflictos que se desarrollan en Libia, Siria y Yemen, por no hablar de la cuestión palestina‑israelí. En muchos de estos conflictos, la influencia extranjera ha sido mucho mayor a la de los árabes.
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After becoming the heir apparent to the Saudi throne earlier this year, Crown Prince Mohammed bin Salman has quickly consolidated his power and begun to usher in a period of radical change.
But as he overhauls the country's domestic and foreign policies, he is also heightening the risk of another conflict in the Middle East.
says the government's push for radical change could prove risky if it succeeds, and even riskier if it fails.
Since the 1990s, Western companies have invested a fortune in the Chinese economy, and tens of thousands of Chinese students have studied in US and European universities or worked in Western companies. None of this made China more democratic, and now it is heading toward an economic showdown with the US.
argue that the strategy of economic engagement has failed to mitigate the Chinese regime’s behavior.
While Chicago School orthodoxy says that humans can’t beat markets, behavioral economists insist that it’s humans who make markets, which means that humans can strive to improve their functioning. Which claim you believe has important implications for both economic theory and financial regulation.
uses Nobel laureate Robert J. Shiller’s work to buttress the case for a behavioral approach to economics.
EL CAIRO – Una serie de acontecimientos inesperados sucedidos en noviembre reveló la gravedad del estado de cosas actual en el mundo árabe. El primer ministro libanés anunció desde el extranjero su renuncia (pero más tarde se desdijo). Un misil lanzado desde Yemen impactó en Riad, la capital de Arabia Saudita. El gobierno saudita desplegó una masiva campaña anticorrupción en la que cayeron numerosas personalidades de alto perfil. Egipto, en tanto, sufrió el peor atentado terrorista del que se tenga memoria, con más de 300 civiles muertos o lesionados. Filmaciones de presuntas subastas de esclavos en Libia pusieron de manifiesto el caos en el que se debate el país tras la total desintegración del estado libio.
Dos hechos positivos, las victorias militares contra Estado Islámico y el reacercamiento de las facciones palestinas de Gaza y Cisjordania, no han podido aplacar la inquietud colectiva de la región, ni inspirar confianza en que de algún modo el mundo árabe podrá sustraerse al abismo. La interferencia extranjera en Siria, Líbano, Irak y Yemen ya es rutina. Y las polémicas que se desarrollan en torno de la política identitaria y las fronteras en el Levante son preludio de graves desafíos fundamentales que nos aguardan.
En realidad, la situación en Medio Oriente no sorprende, dado que en los últimos años ningún país árabe lideró algún intento de resolver los conflictos que se desarrollan en Libia, Siria y Yemen, por no hablar de la cuestión palestina‑israelí. En muchos de estos conflictos, la influencia extranjera ha sido mucho mayor a la de los árabes.
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