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¿Qué será lo próximo que sucederá en el Afganistán?

BERLÍN – El futuro del Afganistán no se presenta halagüeño. Los talibanes están ganando fuerza política y militar y el Presidente Hamid Karzai está perdiendo apoyo interior e internacional por la rampante corrupción de su gobierno y el evidente fraude cometido con su reelección. En los Estados Unidos, donde al Presidente Barack Obama le está resultando difícil decidir si aumentar o no las tropas, como piden sus generales, cunde el cansancio de la guerra. Los miembros europeos de la OTAN que tienen tropas en el Afganistán preferirían retirarlas hoy antes que mañana.

Occidente parece haber perdido su orientación en el Hindu Kush, ese “cementerio de imperios”, como se lo llamó después del desastre británico en enero de 1842, cuando sólo sobrevivió un hombre de una expedición de 16.000. Muchos se preguntan por qué está luchando, en realidad, la OTAN en el Afganistán.

Europa sigue sin responder a esa pregunta y sólo tiene un objetivo: marcharse. En los EE.UU. al menos continúa el debate sobre los fines que se procuran en el Afganistán. Si lo seguimos, hemos de concluir que en última instancia la guerra tiene que ver totalmente con la victoria militar de la superpotencia americana sobre los talibanes, para poder por fin retirar sus tropas... por segunda vez.

Resulta imposible encontrar el origen o el significado del conflicto en el Afganistán en este propio país. El Afganistán es el campo de batalla, pero las causas de las guerras que lo han devastado desde mediados del decenio de 1970 estuvieron y siguen estando más allá de sus fronteras. De modo que una “solución afgana” exclusivamente no es posible.

Tres fechas son fundamentales para entender el atolladero actual del Afganistán: 1989, 2001 y 2003.

En 1989, cuando acabó la Guerra Fría, el Ejército Rojo ya se había retirado del país, con lo que había reconocido su derrota. Después de que lo hiciera la Unión Soviética, los Estados Unidos se retiraron del conflicto también y en aquel momento estalló la segunda guerra afgana: una guerra por poderes interpuestos en el Hindu Kush, disfrazada de guerra civil.

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El Pakistán, apoyado por Arabia Saudí, procuró obtener una profundidad estratégica contra su archienemiga la India con la ayuda de estudiantes religiosos militantes de los campamentos de refugiados afganos. Esos “talibanes” fueron creados y equipados por el servicio secreto del Pakistán, el ISI. El Irán defendió sus intereses y los de la minoría chií en la zona occidental del país. Y en el norte, la Alianza del Norte tayica y la milicia uzbeca de Abdul Rashid Dostum fueron apoyadas y  equipadas por los vecinos septentrionales del Afganistán y Rusia.

A la sombra de esa segunda guerra afgana, Osama ben Laden creó su organización terrorista en el Afganistán gobernado por los talibanes: Al Qaeda, que el 11 de septiembre de 2001 lanzó su terrible ataque terrorista contra los Estados Unidos. Un mes después, comenzó la guerra actual en el Afganistán.

En marzo de 2003, George W. Bush lanzó su invasión del Iraq, con lo que no sólo despilfarró la fuerza militar americana, sino que, además, conectó todas las crisis particulares entre el Mediterráneo oriental y el Valle del Indo. A consecuencia de la insensata política exterior americana, el Irán pasó a ser el protagonista fundamental en toda la región, al enlazar la parte occidental y la oriental de ese largo cinturón de inestabilidad.

De modo que quienes tienen que habérselas hoy con el rompecabezas afgano deben tener en cuenta, primera y primordialmente, las realidades regionales: ¿puede Occidente permitirse el lujo de retirarse? De ser así, deberíamos salir del Afganistán inmediatamente. Si no, debemos dejar de hablar de una “estrategia de salida”.

El costo de la retirada por parte de Occidente de esa agitada región es previsible, pues debemos afrontar varias amenazas que ponen en peligro la seguridad occidental y que no desaparecerían con la retirada del Iraq y del Afganistán: terrorismo, radicalismo islamista, amenazas nucleares (el Pakistán, el Irán), guerras por poderes interpuestos y conflictos regionales (Israel-Palestina, el Iraq, el Afganistán y Cachemira) y una desintegración en perspectiva (el Iraq, el Afganistán, el Pakistán y a más largo plazo en el golfo Pérsico y la península Arábiga). Eso quiere decir que no podemos hablar de retirar nuestras tropas, sino sólo de trazar de nuevo la línea de batalla más hacia el Oeste.

Resulta extraordinariamente dudoso que ese paso fuera a aportar más seguridad. Por otra parte, también la estrategia de Occidente en el Afganistán ha logrado pocos avances hasta ahora, sólo un fortalecimiento de los talibanes días tras día. Entonces, ¿qué debemos hacer?

En primer lugar,  tenemos que determinar un objetivo político claro: un status quo estable en el Afganistán que impida que este país se convierta de nuevo en un campo de batalla para intereses regionales y una base organizativa para Al Qaeda. Sin una presencia militar suficiente, además de medidas de reconstrucción mejoradas y reforzadas, dicho objetivo resulta inalcanzable.

En segundo lugar, un consenso regional renovado sobre el futuro del Afganistán ayudaría también a evitar una mayor desestabilización del Pakistán, dotado de armas nucleares, lo que requiere que se incluyan los intereses del Pakistán y del Irán en dicho consenso, además de los de la India, Arabia Saudi y probablemente China. (El conflicto de Cachemira ha de desempeñar indirectamente un papel en ese acuerdo, pero no se pueden subestimar las dificultades para incluirlo.)  La forja de dicho acuerdo no será una tarea diplomática fácil, pero es viable y debe ser el objetivo de una nueva conferencia sobre el Afganistán.

En tercer lugar, se necesitan medidas paralelas de contención de crisis –y tal vez incluso de búsqueda de soluciones– para la región del Oriente Medio en sentido más amplio, el Iraq, el golfo Pérsico y el Irán. Es una ecuación con muchas incógnitas conocidas, pero, si no intentamos al menos mitigar esos problemas, las incógnitas conocidas seguirán constituyendo obstáculos para todas las soluciones parciales.

Pero la cuestión fundamental sigue siendo si los Estados Unidos y sus aliados europeos siguen teniendo la fuerza, la perseverancia y la amplitud de miras para semejante empresa. Hay razones poderosas para dudarlo. La otra posibilidad sería un futuro caótico y peligroso en esa gran zona conflictiva. El Afganistán puede parecer lejano, pero tenemos su caos y su violencia en la puerta contigua a la nuestra.

https://prosyn.org/8yVNhXPes