¿Se debe intervenir en Siria?

WASHINGTON, DC – Más que cualquier otro suceso de la primavera árabe, el caos en Siria se ha traducido en graves dificultades para los responsables del diseño de políticas occidentales. Así como Siria se compone de una sociedad más compleja respecto de los otros países árabes, que actualmente están sumidos en una transición política, del mismo modo sus relaciones externas son más complicadas. En consecuencia, todo intento decisivo de intervenir militarmente sería no solo difícil sino extremadamente riesgoso.

La actuación predominante de Siria en Líbano, incluso después de haber retirado sus fuerzas de ocupación de dicho país, es tan solo una complicación. Otra, es el gobierno minoritario alawita en un país con una mayoría sunita, lo que convierte a Siria en un representante del Irán chiita en el mundo árabe sunita. Otros grupos minoritarios sirios –los chiitas no alawitas, los cristianos ortodoxos y católicos y los drusos– están vinculados con países vecinos y actores regionales, que atraen un intenso interés del exterior e, incluso, un respaldo activo. Turquía, Arabia Saudita y Rusia tienen intereses estratégicos y vínculos con diversos grupos en Siria.

Por supuesto, los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN preferirían el surgimiento de un régimen democrático al estilo occidental en Siria. No obstante, dada la compleja sociedad del país y sus vínculos externos, Occidente debería conformarse con un gobierno estable no dominado por Rusia o Irán, y sin conflictos militares con sus vecinos, incluido Israel.

Entonces, ¿cuál es la mejor política estadounidense y occidental? Un fin negociado a la actual guerra mantendría al régimen del presidente Bashar al-Assad en el poder, aunque con alguien al frente. Un resultado como ese representaría un triunfo para la dictadura de línea dura, la represión de los derechos humanos y para Rusia e Irán. Pero se vuelve menos factible a medida que escala la violencia.

Ello implica apoyar a los rebeldes, ¿pero a cuáles y cómo? Aún así, otro factor en contra de la intervención es que la distribución de poder resultado de la primavera árabe está dejando a los Estados Unidos con influencia limitada y poca información de inteligencia. Sin embargo, los Estados Unidos y Occidente no pueden dejar el asunto completamente en manos de otros o limitar sus esfuerzos a las Naciones Unidas, donde Rusia y China impiden cualquier acción efectiva.

Entonces, ¿qué debería hacerse? Mi opinión es que los Estados Unidos podrían trabajar con Turquía, Arabia Saudita (pero teniendo la precaución de no apoyar a los extremistas islámicos) y sus aliados de la OTAN, en especial Francia y Gran Bretaña, para crear un posible gobierno sucesor en Siria, y armar su elemento militar. Un gobierno como ese tendría que ser representativo y coherente. Además, las potencias occidentales tendrían que estar seguras de que sus armas no caerían en manos potencialmente hostiles.

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El hecho de que Irán está dando armas al régimen de Asad exige medidas de neutralización. Algunos han sugerido que los Estados Unidos tengan una participación militar más activa, empezando con una zona de exclusión aérea. Es factible. Sin embargo, Francia y Gran Bretaña, que instaron a que se tomarán esas medidas en Libia, no han hecho una propuesta así para Siria. Una razón es que Siria tiene un sistema de defensa aéreo fuerte que tendría que contenerse con una campaña de bombardeos –que provocaría pérdidas significativas de civiles y el riesgo de perder aeronaves y tripulaciones.

Antes de emprender ese camino, los Estados Unidos deben estar convencidos de que una acción militar no requeriría de fuerzas terrestres de ese país en Siria. También tiene que estar seguro (por el momento es imposible) de la naturaleza de un gobierno sucesor.

Cumplir estos criterios requeriría reunir a los países interesados para tener un mejor análisis de las implicaciones para Siria y para la región de una acción militar. La atención que se dedicó al tema de Siria durante la Cumbre de Países No Alineados que se celebró recientemente en Teherán fue una parodia de tal ejercicio.

No es fácil celebrar una conferencia como la que se mencionó arriba. Tan solo preparar la lista de participantes sería una hazaña diplomática mayor. Ciertamente, se debe convocar a Turquía, Egipto, Arabia Saudita e Irak. También deben participar Rusia, los Estados Unidos y tal vez Francia y Gran Bretaña. No obstante, omitir a un vecino como Israel, a un cliente de Siria como Líbano, o a un patrocinador como Irán sería extraño –e invitarlos a todos sería un caos.

La rebelión en Siria, la más violenta de las de la primavera árabe, se está desarrollando lenta y mortalmente. El número de muertes estimado de 10,000 en los últimos dieciocho meses es igual al número de muertos que hubo en tan solo unos días en 1982 en la ciudad de Hama, por órdenes  del padre de Assad, Hafez al-Assad, cuya política de tierra quemada fortaleció su control del poder y solamente provocó una condena retórica de parte de la comunidad internacional.

Las repercusiones serán probablemente todavía más perturbadoras, cuando tarde o temprano el régimen caiga. Los Assad, como otros líderes autoritarios árabes, controlaron la violencia interna y las aspiraciones de sus propios ciudadanos. Sin embargo, la sola complejidad de las condiciones en Siria significa que el fin del régimen podría detonar una transición diferente a cualquier otra de la primavera árabe, tanto en su desarrollo interno como en sus efectos en la región.

Algunos diplomáticos basan sus carreras en la búsqueda de soluciones de procedimiento a dilemas insolubles; sin duda, tienen la expectativa de encontrar una mesa de conferencias que coincida con una configuración estratégica determinada. Hasta ahora, los Estados Unidos han manejado las diferentes formas de transición política en la primavera árabe sin errores demasiado perjudiciales. Pero Siria es la que plantea el mayor desafío.

Traducción de Kena Nequiz

https://prosyn.org/bTRVgZMes