benami203_GAVRIIL GRIGOROVSPUTNIKAFP via Getty Images_putin Gavril Grigorov/Sputnik/AFP via Getty Images

Prigozhin es un síntoma

TEL AVIV – A veces se trata de hacer creer que los golpes militares representan la vanguardia de la modernización y el cambio. Otras, como en el de Chile en 1973 y el fracasado intento de 1981 en España, cuentan con el impulso de la nostalgia por dictaduras pasadas. La mayoría responden, al menos en parte, a los reclamos de grupos poderosos.

El cuasigolpe abortado por el caudillo ruso Yevgeny Prigozhin, por el contrario, parece haberse debido solo a su deseo personal de prestigio y poder. Y aunque abandonó rápidamente el avance hacia Moscú junto con los mercenarios del grupo Wagner, que dirige, expuso el deterioro institucional del régimen pretorianista del presidente ruso Vladímir Putin.

Prigozhin dejó así en claro que más que una amenaza para el régimen de Putin es un síntoma de su inherente fragilidad. Básicamente, es alguien leal que, según las palabras del presidente ruso, «tiene ambiciones e intereses personales desmedidos». Debido al aumento de su popularidad, que amenazaba el monopolio de Putin sobre la atención del país, Prigozhin sencillamente se tornó demasiado poderoso como para no ponerle freno.

El plan de Putin para dejar a Wagner bajo las órdenes directas del Ministerio de Defensa implicó una importante pérdida de ingresos para Prigozhin, uno de los fundadores de esa milicia privada en 2014. Se dice que la empresa de servicios de comida y bebida de Prigozhin ganó además 80 000 millones de rublos (920 millones de dólares) al año por alimentar a los militares. Una vez terminada la rebelión, en una crítica no tan velada a los intereses comerciales de Prigozhin, Putin dijo que esperaba que «nadie haya robado nada, o al menos no demasiado».

El reinado de Putin ha estado caracterizado por la privatización de la soberanía nacional. Los ejércitos privados como Wagner, que recibió mil millones de dólares al año del presupuesto estatal fueron fundamentales para su sistema, y la guerra de Ucrania alentó la formación de fuerzas mercenarias adicionales. Hasta el conglomerado gasífero estatal Gazprom creó un batallón privado y reclutó a sus propios guardias de seguridad para que combatan en Ucrania y ayuden a proteger el reinado de Putin a cambio de beneficios laborales.

Esas unidades paramilitares ofrecen a Putin la forma de conseguir el personal militar necesario sin incurrir en el costo políticamente prohibitivo de otra movilización. La campaña de conscripción anterior, que comenzó en 2022, llevó a que cientos de miles de rusos huyeran del país.

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El campo de batalla ucraniano se convirtió entonces en un criadero de empresas militares privadas. Prigozhin probablemente estaba tan inquieto por este aumento de la competencia como por su profunda rivalidad con los líderes militares rusos, especialmente el ministro de defensa Sergei Shoigu y Valery Gerasimov, el jefe del Estado Mayor de la Defensa. Aunque aparentemente son los militares quienes dirigen las actividades bélicas rusas, Prigozhin y el líder checheno Ramzan Kadyrov se han destacado cada vez más debido a su llegada directa a Putin.

A pesar de la ausencia de amenazas reales a gobierno, Putin no tiene muchos motivos de celebración. La rebelión de Prigozhin, sumada al humillante hecho de que el presidente bielorruso Aleksandr Lukashenko haya tenido que mediar para ponerle fin, señala el peor momento de su reinado. Durante más de dos décadas privatizó diversas partes del gobierno y creó una reducida clase de beneficiarios increíblemente ricos y políticamente leales. El abierto cuestionamiento a la autoridad muestra claramente que esa estrategia falló.

Además, la rebelión de Prigozhin, que según el propio Putin dejó al país «al borde de la guerra civil», probablemente haya hecho añicos la percepción idealizada del público de sus militares como una fuerza heroica unida contra un enemigo común. Su suerte está ahora inextricablemente ligada a la capacidad de los generales para evitar la derrota en Ucrania, y su imagen de zar todopoderoso recibió un golpe potencialmente decisivo.

Que los mercenarios de Prigozhin hayan sido capaces de tomar grandes ciudades y sedes militares sin resistencia resaltó lo que los observadores informados ya sabían: el «imperio» ruso es un organismo disfuncional despatarrado a lo largo de enormes territorios en los que viven cientos de grupos étnicos, algunos de ellos autogobernados. Su vastedad, fuente de orgullo nacional, es también una vulnerabilidad.

A pesar de todos sus esfuerzos, Putin no parece capaz de desafiar una ley de hierro de la historia: todos los imperios caen. Sus sueños de grandeza imperial, altivos y poco realistas —junto con sus lamentos por «el golpe que Rusia recibió en 1917»— tal vez hayan engañado a los rusos, pero el régimen depende de incómodas alianzas con las corruptas élites civiles y militares. Aunque esa corrupción en parte se remonta a la Unión Soviética, Putin exacerbó el problema cultivando su propia red clientelista y nepotista.

Paradójicamente, es probable que la sorprendente muestra de incompetencia militar rusa en Ucrania y su inestabilidad política interna no afecten la dinámica del campo de batalla ni el equilibrio geopolítico en términos más amplios. Putin mantiene su aislamiento, pero también sus alianzas con China e Irán, y todavía puede aprovechar la postura neutral de la India respecto de la guerra. Y su asociación petrolera con Arabia Saudita sigue intacta.

Indudablemente, los eventos recientes dañaron la ya baja moral del ejército ruso. Aunque Andrey Kartapolov, jefe del Comité de Defensa del parlamento ruso, describió a la disolución de Wagner como un «regalo» a la OTAN y Ucrania, eso no significa que la campaña rusa necesariamente esté condenada al fracaso. Después de todo, Putin mantiene el control del mayor arsenal nuclear mundial y, dada su percepción del conflicto ucraniano como una batalla existencial, es poco probable que él y su grupo íntimo acepten la derrota. A esta altura, Putin abandonó completamente el personaje de hábil diplomático que buscaba reconciliar las ambiciones rusas con las sensibilidades occidentales para transformarse en un defensor casi suicida del revanchismo antioccidental.

Independientemente del resultado, no es una guerra gloriosa para Rusia. Los actos de Prigozhin dejaron expuesta la inestabilidad política del país y resaltaron las posibles graves consecuencias de la derrota. Un vacío de poder en Moscú tendría implicaciones de gran alcance de un extremo a otro de los 11 husos horarios del país.

Ya pasaron 16 meses de la invasión rusa a gran escala de Ucrania y la situación en terreno se asemeja a la del impasse en los helados frentes de la Primera Guerra Mundial. Esperemos que logren negociar un cese del fuego una vez que la contraofensiva ucraniana haya seguido su curso, pero, dada la situación actual, parece que el conflicto se convertirá en otra prolongada disputa fronteriza cuya resolución requerirá importantes cambios políticos. De ocurrir, esos cambios serán, muy probablemente, tan inesperados como el motín de fin de semana de Prigozhin.

Traducción al español por Ant-Translation

https://prosyn.org/TxxHBjres