Visitors and volunteer at the Salvation Army Matt Cards/Getty Images

El alto costo de negar la existencia de la guerra de clases

ATENAS – La atmósfera política en la esfera anglosajona está cargada de indignación burguesa. En Estados Unidos, la llamada clase dirigente liberal está convencida de que la victoria le fue robada por una rebelión de “deplorables” que recibieron armas de los piratas informáticos de Vladimir Putin y usaron los siniestros mecanismos internos de Facebook. En Gran Bretaña, asimismo, una indignada burguesía se pellizca para despertar de la pesadilla que viven porque el apoyo a la salida de la Unión Europea, que favorece un aislamiento poco glorificado, permanece  intacto, a pesar de que este proceso sólo puede describirse como un Brexit confuso y desorganizado.

La gama cubierta por los distintos análisis es asombrosa. Se  investiga el ascenso del provincianismo militante en ambos lados del Atlántico desde todos los ángulos imaginables: desde ángulos psicoanalíticos, culturales, antropológicos, estéticos y, por supuesto, se realizan análisis en términos de identidad política. El único ángulo que queda en su mayoría inexplorado es el que tiene la clave para comprender lo que está sucediendo: la incesante guerra de clases desatada contra los pobres desde finales de la década de 1970.

El 2016, el año tanto de Brexit como de Trump, dos piezas de datos, diligentemente desdeñadas por los analistas más astutos de las clases dirigentes, fueron las que contaron la historia. En Estados Unidos, de acuerdo con datos de la Reserva Federal, más de la mitad de las familias estadounidenses no calificaron para obtener un préstamo que les permitiera comprar el automóvil nuevo más barato en venta (el sedán Nissan Versa, con un precio de $12.825). Al mismo tiempo en el Reino Unido, más del 40% de las familias dependían ya sea de bancos de alimentos o de préstamos para alimentarse y cubrir sus necesidades básicas.

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