charlottesville nazi rally Zach D. Roberts/NurPhoto via Getty Images

El problema de Occidente con la raza

NUEVA YORK – Por razones obvias, la vista de una turba de alemanes persiguiendo a extranjeros por las calles y alzando los brazos en saludos hitlerianos es particularmente inquietante. Sucedió hace poco en Chemnitz, una descolorida ciudad industrial en Sajonia, a la que en la ex República Democrática de Alemania se proclamaba como ciudad socialista modelo (se llamó Karl‑Marx‑Stadt entre 1953 y 1990). La policía pareció incapaz de detener los disturbios, iniciados por la muerte de un cubano‑alemán apuñalado en una pelea con dos hombres de Medio Oriente.

Pero no es un problema inherentemente alemán. Más tarde decenas de miles de alemanes se congregaron en un concierto de rock en Chemnitz para protestar contra la violencia xenófoba. Y las turbas de Chemnitz tenían mucho en común con los neonazis, seguidores del Ku Klux Klan y otros extremistas que hace un año provocaron un caos en Charlottesville (Estados Unidos). Las dos ciudades están manchadas por la historia: las dictaduras nazi y comunista en Chemnitz, la esclavitud en Charlottesville. Y si bien las causas del extremismo violento en ambos lugares fueron múltiples, es indudable que el racismo fue una de ellas.

Muchos estadounidenses blancos, especialmente en el sur rural, viven en condiciones duras, con escuelas deficientes, malos trabajos y pobreza relativa. Pero el sentido de superioridad racial sobre los negros les daba algo a lo que aferrarse. Por eso la presidencia de Barack Obama fue un golpe a su autoestima: sintieron que el estatus se les escapaba. Donald Trump explotó sus sentimientos de ansiedad y resentimiento.

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