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Una coalición renqueante en Oriente Próximo

MADRID – El 2 de octubre se cumple un año del brutal asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi en Estambul. Según concluyó un informe de la ONU, Arabia Saudí es responsable de la ejecución y existen “pruebas creíbles” que apuntan a la implicación del príncipe heredero y líder de facto del país, Mohámed bin Salmán. No es de extrañar, pues, que la imagen internacional de Arabia Saudí se haya resentido durante este año. Pero tampoco es de extrañar que, una vez remitido el temporal, ciertas dinámicas hayan retornado a sus cauces habituales.

Entre los elementos que sí que se han visto alterados, los más significativos guardan relación con la guerra de Yemen, uno de los principales escenarios del conflicto regional entre Arabia Saudí e Irán. En 2019, el renovado Congreso estadounidense ha aprobado diversas resoluciones —con el soporte de congresistas de ambos partidos— orientadas a distanciar a Estados Unidos de la coalición liderada por Arabia Saudí en Yemen, cuyo impulsor fue el propio Bin Salmán. Pese a haber sido vetadas por Trump, estas resoluciones demuestran que la tolerancia de la clase política estadounidense con los desafueros del régimen saudí se ha reducido, especialmente tras el asesinato de Khashoggi.

Los Emiratos Árabes Unidos han tomado nota de los costes reputacionales que conlleva hoy por hoy una estrecha alianza con Arabia Saudí y, con el objetivo añadido de suavizar las tensiones con Irán, han procedido a retirar la mayoría de sus tropas en Yemen. Se ha dado incluso la circunstancia de que grupos separatistas apoyados por los emiratís han capturado la capital provisional del Gobierno de Abdrabbo Mansur Hadi, respaldado por los saudís. Aunque es muy improbable que estos movimientos terminen comportando un realineamiento estratégico radical de los Emiratos, es evidente que Arabia Saudí se encuentra más aislada y débil que antes.

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