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La ciencia y el subterfugio en economía

NUEVA DELHI – La economía ortodoxa tiene una tendencia a “establecer” ciertas conclusiones y luego aferrarse a ellas, por más pruebas que haya de que son incorrectas. Esto de por sí es malo, pero hay algo que puede ser todavía peor para una disciplina que se considera científica: que no se insista en la replicabilidad de los resultados empíricos. Es un criterio estándar y esencial en la mayoría de las ciencias naturales; pero en economía suele provocar indiferencia, y en ocasiones hasta feroz resistencia. En algunos casos, no se permite el acceso de otros investigadores a los datos necesarios para replicar las conclusiones.

La razón suele ser profundamente política: se promueven y diseminan aquellos resultados que se condicen con visiones de la economía que dan respaldo a determinadas posiciones ideológicas y a las políticas relacionadas. Por ejemplo, una investigación empírica que dé argumentos a favor de la austeridad fiscal o de la desregulación de los mercados será ampliamente citada y se usará como base para promover dichas medidas. Pero muy pocas veces será sometida a escrutinio –por ejemplo, cuestionar sus supuestos y metodologías estadísticas– como sería la norma para una investigación en ciencias naturales.

Tomemos por ejemplo la afirmación de Stephen Moore y Arthur B. Laffer de que las rebajas de impuestos de Trump en Estados Unidos no sólo se financiarían solas, sino que en realidad reducirían el déficit público y generarían más inversión privada. Esa afirmación resultó completamente errada, pero parece que la realidad económica no hizo mella en quienes siguen creyendo en la Curva de Laffer, con su idea de que es posible aumentar la recaudación reduciendo la tasa impositiva.

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