La máquina del machismo en México

Mónica hurga frenéticamente dentro de su cartera mientras comemos en un restaurante de la Ciudad de México. Saca su teléfono celular y revisa si hay mensajes. "¿Pasa algo malo?", pregunto. "No, no es nada", sonríe, "es sólo mi marido. Se enoja si llama y no contesto. Se supone que siempre tengo que tener el teléfono prendido, porque le gusta saber por dónde ando". "O sea, le gusta seguirte la pista, querrás decir", digo yo, y ella se ríe.

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