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Si no es ahora, ¿cuándo?

RANGÚN – Según el viejo aforismo, toda la política es local. No obstante, en la actualidad podemos decir que todos los problemas son globales. Cuando los líderes mundiales se reúnan en la Cumbre del G-8 que se celebrará en Italia, tendrán que actualizar sus políticas para hacer frente a problemas que ninguno de ellos puede solucionar por sí mismo.

En los últimos dos años ha habido una cascada de crisis interconectadas: pánico financiero, aumento de los precios de los alimentos y el petróleo, choques climáticos, una pandemia de gripe y más. La cooperación política para abordar esos problemas no es una simple cortesía; se ha convertido en una necesidad global.

La intensidad de las interconexiones a nivel global es asombrosa. El virus de la gripe H1N1 se identificó en un poblado mexicano en abril. Actualmente ha llegado a más de 100 países. Los efectos del colapso de Lehman Brothers en septiembre pasado se transmitieron por todo el mundo en cuestión de días: pronto, incluso los pueblos más remotos de África, Asia y América Latina estaban sintiendo las repercusiones de la reducción de los ingresos por concepto de remesas, de la cancelación de proyectos de inversión y de la caída de los precios de las exportaciones. De la misma forma, los choques climáticos que se han registrado recientemente en regiones de Europa, Australia, Asia y América  han contribuido al aumento de los precios de los alimentos que ha golpeado a los pobres y creado inestabilidad y penuria en docenas de países.

Ninguna nación o líder mundial puede resolver estos problemas por sí solo. Es cierto que los políticos rinden cuentas a los electores locales.  Pero esos electores quieren soluciones que no se pueden obtener dentro de las fronteras de ningún país. Todos los países se enfrentan a choques climáticos peores como resultado de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, no únicamente a las que se generan dentro de las fronteras nacionales. En informe reciente del gobierno de Estados Unidos, por dar sólo un ejemplo, advierte que si las cosas siguen como hasta ahora en materia de política climática, los resultados serán sequías severas en el suroeste de ese país, tormentas e inundaciones intensas en el Golfo de México y lluvias torrenciales en el noreste. Los políticos estadounidenses serán los responsables, pero evitar estos alarmantes efectos exige un acuerdo internacional.

Por este motivo hago un llamado al G-8 para que actúe sobre un conjunto de temas cruciales en los próximos doce meses. Algunos de ellos están en el ámbito de acción del G-8; otros exigen acuerdos globales por parte de todos los miembros de las Naciones Unidas. De cualquier forma, dados sus compromisos anteriores, el tamaño de sus economías, la desproporcionada participación de sus países en la emisión de gases de efecto invernadero y sus responsabilidades como países donadores, los líderes del G-8 tienen la obligación especial de mostrar el camino.

En primer lugar, el G-8 y otros emisores importantes de gases de efecto invernadero deben intensificar su labor para llegar a un acuerdo en la conferencia sobre cambio climático de las Naciones Unidas que se celebrará en Copenhague en diciembre. Ese acuerdo debe ser científicamente riguroso, equitativo, ambicioso y preciso. Para alcanzar la meta de limitar el aumento de la temperatura media global a dos grados centígrados se necesitará que las naciones reduzcan sus emisiones de carbono en un 50% para 2050. El G-8 y otros países industrializados deben asumir el liderazgo mediante un compromiso de reducir las emisiones al menos en un 80% en comparación con los niveles de 1990.

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Un acuerdo efectivo debe ayudar a que los países vulnerables –sobre todo los más pobres entre los pobres y las muy vulnerables naciones áridas e insulares– se adapten al cambio climático. Debe proporcionar el financiamiento prometido a los países pobres para la construcción de sistemas de energía sostenibles y la creación de economías resistentes al clima, y debe crear un sistema para desarrollar y posteriormente transferir tecnologías verdes para beneficio de todo el mundo.

Para que las negociaciones de Copenhague tengan éxito, los líderes mundiales deben hacer algo más que hablar sobre liderazgo. Deben mostrarlo. Por esta razón, estoy convocando a los líderes mundiales a que asistan a la conferencia global sobre cambio climático el 22 de septiembre. Espero su asistencia. Nuestro futuro está en juego.

Segundo, el G-8 debe tomar medidas específicas que son necesarias para cumplir las promesas antiguas, pero aún pendientes, de ayuda a los países pobres para que puedan alcanzar los Objetivos de desarrollo del milenio. En 2005, el G-8 prometió que para el 2010 duplicaría la ayuda destinada a África. En este momento hay un déficit anual de más de 20.000 millones de dólares para cumplir la promesa y ya sólo queda un año de plazo. La credibilidad misma del G-8 está en peligro puesto que los países más pobres están en aprietos debido a la crisis financiera, los choques climáticos y las promesas de ayuda incumplidas, todo ello fuera de su control.

Tercero, el G-8 debería concentrarse urgentemente en la crisis de hambruna global que se agudiza cada vez más. Las Naciones Unidas estiman que  el número de personas que sufren de hambruna crónica ha aumentado últimamente en aproximadamente 150 millones, y que la hambruna mundial ahora alcanza los mil millones de personas.

Esta asombrosa regresión del progreso en materia de seguridad alimentaria es el resultado de muchos factores: los choques climáticos, malas cosechas, y por supuesto, la crisis financiera global. Los científicos han enviado un mensaje poderoso a los líderes mundiales: las regiones pobres y con déficit de alimentos pueden producir muchos más alimentos si los agricultores de granjas pequeñas consiguen las semillas mejoradas, los fertilizantes y las irrigaciones necesarios para impulsar su productividad. La ayuda alimentaria es fundamental en este tiempo de caos; es esencial producir más alimentos, en particular en África, en el año que viene y en los años subsiguientes.

La cooperación global jugó un papel decisivo para detener la crisis financiera del año pasado. Mientras la situación económica mundial siga siendo difícil, los beneficios de la cooperación en materia fiscal y monetaria entre las principales economías serán claros. Vimos una respuesta colectiva eficaz similar en el caso de la pandemia de gripe H1N1. La cooperación funciona, pero apenas estamos comenzando.

Hagamos que el poder de la colaboración global sirva para responder a los retos que representan el cambio climático, la reducción de la pobreza y la producción de alimentos. Hay que dar comienzo a una recuperación económica que no sólo sea sólida, sino también justa, incluyente y sostenible –para sacar al mundo adelante. Porque si no lo hacemos ahora, en este tiempo de crisis, entonces ¿cuándo?

Ban Ki-moon es secretario general de las Naciones Unidas.

https://prosyn.org/t29V063es