LONDRES – El COVID-19 ha lastimado a casi todos los países desarrollados, pero la verdad es que los estándares de vida en muchos de ellos se venían estancando o estaban en caída desde hacía años. Muchas métricas resaltan esta tendencia, pero quizá las más reveladoras sean las que ofrece la OCDE, que informa una caída del 4% en el patrimonio neto mediano de los hogares en sus países miembro desde 2010.
No sorprende que las economías avanzadas hayan experimentado explosiones periódicas de ira en los últimos años –desde la elección de Donald Trump y el referendo del Brexit en 2016 hasta las posteriores protestas de los gilets jaunes (“chalecos amarillos”) en Francia y una elección en Italia que llevó al poder a dos partidos anti-establishment. A pesar de estas revueltas, las predicciones de un colapso democrático no se han concretado. Por el contrario, el establishment se ha restablecido.
Cuando una población furiosa coloca a aventuristas políticos en el poder, es sólo una cuestión de tiempo para que salga a la luz que no tienen soluciones reales para los problemas de la gente. Por lo tanto, no deberíamos interpretar demasiado las fallas de la gobernanza “populista”. Históricamente, los populistas han tendido a ser más efectivos desde afuera, donde pueden ayudar a enfocar la mente de los políticos convencionales en cuestiones que preferirían evitar.
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From breakthroughs in behavioral economics to mounting evidence in the real world, there is good reason to think that the economic orthodoxy of the past 50 years now has one foot in the grave. The question is whether the mainstream economics profession has gotten the memo.
looks back on 50 years of neoclassical economic orthodoxy and the damage it has wrought.
For decades, US policymakers have preferred piecemeal tactical actions, while the Chinese government has consistently taken a more strategic approach. This mismatch is the reason why Huawei, to the shock of sanctions-focused American officials, was able to make a processor breakthrough in its flagship smartphone.
warns that short-termism will never be enough to offset the long-term benefits of strategic thinking.
LONDRES – El COVID-19 ha lastimado a casi todos los países desarrollados, pero la verdad es que los estándares de vida en muchos de ellos se venían estancando o estaban en caída desde hacía años. Muchas métricas resaltan esta tendencia, pero quizá las más reveladoras sean las que ofrece la OCDE, que informa una caída del 4% en el patrimonio neto mediano de los hogares en sus países miembro desde 2010.
No sorprende que las economías avanzadas hayan experimentado explosiones periódicas de ira en los últimos años –desde la elección de Donald Trump y el referendo del Brexit en 2016 hasta las posteriores protestas de los gilets jaunes (“chalecos amarillos”) en Francia y una elección en Italia que llevó al poder a dos partidos anti-establishment. A pesar de estas revueltas, las predicciones de un colapso democrático no se han concretado. Por el contrario, el establishment se ha restablecido.
Cuando una población furiosa coloca a aventuristas políticos en el poder, es sólo una cuestión de tiempo para que salga a la luz que no tienen soluciones reales para los problemas de la gente. Por lo tanto, no deberíamos interpretar demasiado las fallas de la gobernanza “populista”. Históricamente, los populistas han tendido a ser más efectivos desde afuera, donde pueden ayudar a enfocar la mente de los políticos convencionales en cuestiones que preferirían evitar.
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