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El nuevo amanecer de Colombia

MADRID – Atrapada desde los años 1960 en un conflicto armado prolongado con las milicias más inescrupulosas que uno pueda imaginar, y rehén de los señores de la droga que convirtieron las vastas zonas rurales del país en feudos de crimen y atrocidades inenarrables, Colombia durante mucho tiempo proyectó al mundo la imagen de un país adicto a la violencia. Pero ya no.

La paradoja colombiana es que la violencia y la economía de la droga convivían con una de las tradiciones más antiguas y genuinamente  más constitucionales de América Latina. Sin embargo, una larga sucesión de presidentes fracasó al no poder encontrarle una solución a la paradoja. Fue la administración excepcionalmente eficiente de Álvaro Uribe en 2002-2010 la que finalmente marcó la diferencia.

La fortaleza inquebrantable del presidente Uribe para ajustarse a su política de “seguridad democrática” –cabe decirlo, sus defectos fueron criticados, con razón y dureza, por grupos de derechos humanos- cambió radicalmente el curso y la autoimagen nacional de Colombia. La violencia disminuyó más significativamente con el desmantelamiento de los paramilitares de derecha, y con la aniquilación en combate de las guerrillas izquierdistas FARC y la decapitación de su liderazgo. La tasa de homicidios de Colombia, durante muchos años una de las más altas del mundo, casi se ha reducido a la mitad desde 2002.

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