

Many argue that the combined effects of the 2008 global financial crisis, the COVID-19 pandemic, Sino-American decoupling, and Russia’s war against Ukraine have dealt an irreversible blow to three decades of open trade and burgeoning supply chains. How should policymakers and businesses respond to the apparent demise of globalization, and what new paradigm might replace it?
MADRID – Desde que el entonces Consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos Henry Kissinger visitara China en 1971, el engagement con la República Popular de China ha sido una parte fundamental de la diplomacia estadounidense. Sin embargo, el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China podría interpretarse como el final de esta política.
La cumbre de la semana pasada entre Xi Jinping y Joe Biden representa un último intento de salvar la relación bilateral. Se trata de un paso positivo: el engagement ha desempeñado un papel crucial a la hora de reducir el riesgo de una confrontación entre Estados Unidos y China. Por ello, Estados Unidos debería volver a comprometerse con esta política, pero con un enfoque actualizado que tenga en cuenta una agenda cada vez más global.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos concibió el engagement con China como una política para integrarla en el sistema internacional, en lugar de contenerla o aislarla. En un artículo de 1967 publicado en Foreign Affairs, Richard M. Nixon afirmaba que "no podemos permitirnos dejar a China para siempre fuera de la familia de naciones, alimentando sus fantasías, acariciando sus odios y amenazando a sus vecinos".
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