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La insoportable delicadeza del cambio

MADRID – El primer año de Barack Obama en el poder ha sido un ejercicio aleccionador en los límites del poder presidencial. También conlleva lecciones sobre cómo las fuerzas resilientes e impersonales de la historia pueden coaccionar el impulso de cambio de cualquier líder. El actual “invierno de descontento” de Obama refleja de manera genuina el historial contradictorio de su primer año. La debacle electoral de Massachusetts no hizo más que resaltar la creciente fisura entre la agenda del presidente y las sensibilidades populares.

Hay que reconocer, Obama heredó un sistema financiero en bancarrota, un orden mundial decadente y la amenaza omnipresente del terrorismo global. En sus esfuerzos titánicos para frenar la caída y reformar a Estados Unidos, Obama ha mostrado visión y talento, pero también aprendió del modo más difícil que, como dijo Henry Kissinger en sus memorias, las promesas de los nuevos gobiernos casi invariablemente son como “hojas en un mar turbulento”. Los plazos imposibles, la información siempre ambigua que se le suministra al presidente y las complejas elecciones que debe hacer, con demasiada frecuencia, tienden a chocar con restricciones políticas y la resistencia al cambio tanto de aliados como de enemigos.

La agenda doméstica del presidente es audaz y revolucionaria, pero se topa frontalmente con los principios más fundamentales de la cultura liberal e individualista de Estados Unidos. Su plan de reforma del sistema de salud, como demostró el voto de Massachusetts, se percibe como una obsesión personal y una distracción absolutamente innecesaria de cuestiones mucho más urgentes y vitales, como la crisis financiera y el desempleo.

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