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El daño que dejó Irak

MADRID – La imagen de un soldado plegando la bandera estadounidense en Irak, en medio del derrumbe de la seguridad pública y de una grave crisis del frágil orden político del país, cierra un capítulo trágico en la historia de los Estados Unidos y señala el desenlace de uno de los ejemplos más evidentes de ese exceso imperial que el ex senador William Fulbright llamó “arrogancia del poder”.

Desmembrado como está por rivalidades religiosas y étnicas, Irak no está en condición de cumplir su papel en la quimera estadounidense de erigir ante Irán un muro de contención árabe. A menos que el duelo que este último país mantiene con Occidente por la cuestión de su programa nuclear concluya con un Irán definitivamente doblegado, la hipótesis más probable es que Irak, dominado por los shiítas, se acercará a la órbita estratégica de Irán, en vez de volverse partícipe de los planes estadounidenses para la región.

Tras diez años de guerra, más de cien mil bajas (en su mayoría, iraquíes) y un costo astronómico que asciende a casi un billón de dólares, los Estados Unidos dejan un Irak que no es ni más seguro ni especialmente democrático. Pero sí es uno de los países peor ubicados en las evaluaciones de corrupción (175° en una lista de 178 países elaborada por Transparency International). La guerra que supuestamente iba a ser uno de los pilares principales del intento de reestructurar el Oriente Próximo bajo la guía de los Estados Unidos terminó señalando la decadencia de su influencia en la región.

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