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España esquiva una bala de la ultraderecha

MADRID – «España es diferente» es una frase que ha sido muy usada como sustituto de un análisis detallado de lo que sucede en el país. Pero es verdad que fue diferente en su pacífica transición a la democracia tras el final de la dictadura de Francisco Franco (la que acuñó el eslogan) y la modernización general posterior. También fue diferente por no tener un partido de ultraderecha con aspiraciones de poder político, una condición que parecía estar perdiendo, pero que ha conseguido recuperar.

Mientras muchos países europeos (entre ellos Austria, Francia, Alemania y la mayor parte de Escandinavia) llevan tiempo luchando para poner límites a sus respectivos partidos protofascistas, el centroderechista Partido Popular (PP) español consiguió integrar a los restos de las fuerzas franquistas y así diluir su influencia. Esto cambió en 2014, cuando Santiago Abascal fundó el partido Vox, cuya agenda neofranquista pronto logró un importante nivel de apoyo: cinco años después, Vox obtuvo 52 escaños en el parlamento de España.

Hace unos días, parecía que Vox estaba a punto de alcanzar otro hito: el de convertirse en el primer partido de ultraderecha que integrara un gobierno español desde el final del régimen de Franco. Las encuestas hacían pensar que en la elección anticipada del pasado domingo, los votantes iban a rechazar la conflictiva coalición de izquierda del presidente de gobierno Pedro Sánchez para favorecer al PP (principal partido de oposición conservador de España), que sin duda iba a necesitar del apoyo de Vox para formar gobierno.

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