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Nadie gana donde todos pierden

MÚNICH – Si en algún momento la comunidad internacional se encaminaba hacia un orden global más pacífico y justo, fue durante los primeros años posteriores a la Guerra Fría: aunque la gobernanza mundial no carecía de defectos, el riesgo de guerra entre las grandes potencias parecía escaso y la pobreza estaba disminuyendo. Además, los resultados iniciales de las cumbres dedicadas a fomentar el desarrollo y salvaguardar al medio ambiente hacían esperar grandes adelantos para solucionar los problemas más acuciantes de la humanidad.

Pero las tensiones geopolíticas y la incertidumbre económica desplazaron desde hace ya mucho al optimismo y la ambición de esa época. En vez de trabajar de manera aunada para encarar los desafíos urgentes, la comunidad internacional se encuentra, en palabras del Secretario General de la ONU, António Guterres, «paralizada en medio de una colosal disfunción mundial».

Algo todavía peor es que a muchos estados ya no parecen importarles los beneficios más amplios del orden mundial liberal: les preocupa más qué tajada obtendrán de la torta. Tanto algunos actores clave de la comunidad transatlántica como autocracias poderosas, además del Sur Global, no están satisfechos con lo que perciben como una distribución desigual de los beneficios de la cooperación mundial.

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