La próxima revolución de México

Si bien pueden pasar días o incluso semanas antes de que se consolide oficialmente la melodramática elección presidencial de México, parece casi seguro que el candidato liberal de centroderecha Felipe Calderón será el próximo presidente del país. Tal vez sólo haya ganado por un punto de porcentaje y su 36% de los votos apenas es un mandato. Sus opositores pondrán en tela de juicio los resultados en las calles, las cortes y la arena política y enfrentará una oposición fuerte, aunque dividida, en el Congreso. Aún así, ganar es mejor que perder y México está mucho mejor hoy que ayer, cuando muchos pensaban que el contendiente populista de centroizquierda, Andrés Manuel López Obrador, recibiría un apoyo colosal de parte del electorado.

Calderón significa continuidad; tal vez ésa sea la razón por la cual ganó y eso es lo que México necesita. Al final, los votantes de México no quedaron cautivados por la estratagema de López Obrador. Su causa era simple: México hoy es un caso perdido, saquemos a los truhanes responsables de esto y reemplacémoslos por líderes que representen y ayuden a los pobres –todavía la mitad de la población de México.

Sin considerar el hecho de que esta descripción es ampliamente, si no enteramente, imprecisa, los votantes decidieron que los últimos que ellos querían para arreglar el embrollo eran… los que lo habían creado por empezar. López Obrador se rodeó de ex funcionarios de alto rango de los gobiernos de Echeverría (1970-1976), López Portillo (1976-1982), De la Madrid (1982-1988) y Salinas de Gortari. Al electorado la ecuación simplemente no le cerró.

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