kupchan11_MAHMUD HAMSAFP via Getty Images_gaza MAHMUD HAMS/AFP via Getty Images

El 11-S de Israel

WASHINGTON, DC – Tras las atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre, Israel tiene todo el derecho a llevar adelante una campaña militar sostenida para desmantelar al grupo terrorista. Y al parecer, los israelíes están decididos a hacerlo.

Pero también deberían prestar atención a las recomendaciones de cautela del presidente estadounidense Joe Biden. En su visita a Tel Aviv del 18 de octubre, Biden manifestó empatía hacia los israelíes por la rabia que sienten. «Comprendo, lo mismo que muchos estadounidenses», dijo. Pero también aconsejó a los israelíes no dejarse llevar por la furia. «Después del 11‑S, en Estados Unidos estábamos furiosos», advirtió, «y aunque buscamos y obtuvimos justicia, también cometimos errores». Dos días después, en un discurso televisado que se transmitió en horario central, reiteró su pedido de que el gobierno de Israel «no se deje cegar por la furia».

¿Cómo sería en la práctica seguir el consejo de Biden? ¿Qué enseñanzas debería extraer el gobierno israelí de los errores estratégicos que cometió Estados Unidos tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001?

En primer lugar, aunque es correcto que Israel utilice su capacidad militar para atacar objetivos militares bien definidos (comandantes, centros de mando, depósitos de armas y túneles de Hamás), no debería hacerse ilusiones de que con la fuerza bruta puedan lograrse resultados políticos. En Afganistán y en Irak, Estados Unidos aprendió por las malas que la superioridad de la fuerza militar puede ser útil para eliminar al adversario pero rara vez produce el objetivo político deseado.

A pesar de las dos costosas décadas de involucramiento estadounidense en Afganistán e Irak, el primero ha vuelto a manos de los talibanes y el segundo está sumido en la disfunción política y la división intercomunitaria. Es verdad que a Israel no le queda otra opción que usar la fuerza contra Hamás para que no pueda seguir haciendo daño, pero debe emplear otros instrumentos (la diplomacia, la ayuda humanitaria, las oportunidades económicas) para darle forma a lo que vendrá después.

En segundo lugar, aunque la campaña militar israelí esté aún en sus primeras fases, las autoridades tienen que empezar a hacer planes respecto de cómo será la gobernanza de Gaza después de Hamás. En Irak y Libia, una vez desmantelado el viejo orden, Estados Unidos se encontró mal preparado para construir algo nuevo, y el resultado fue el caos.

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Israel tiene que pensar ya mismo en lo que hará cuando cesen los combates. ¿Recurrirá a la Autoridad Palestina para que administre Gaza? ¿Qué papel tendrá Naciones Unidas? ¿Sería mejor acaso formar una coalición de actores de buena voluntad (por ejemplo Estados Unidos, la Unión Europea, Egipto y Qatar) para que se encargue de la reconstrucción y la gobernanza, al menos al principio? Estas preguntas hay que empezar a responderlas desde ahora.

En tercer lugar, aunque inicie una firme campaña militar contra Hamás, Israel debe, en la medida de lo posible, evitar daños a la infraestructura física e institucional de Gaza, ya que de lo contrario, se arriesga a condenar al resto de la población a sufrimientos prolongados, e incluso a la desintegración social.

Estados Unidos cometió el error de desmantelar las instituciones de gobierno de Irak, y así sentó las bases para el caos, la aparición de una tenaz insurgencia suní y una creciente influencia de Irán. Y a pesar de los malos resultados vistos en Irak, la OTAN destruyó las bases políticas de Libia y dio lugar así a un estado fallido, aprovechado por grupos extremistas y aquejado de divisiones tribales duraderas. Si Israel provoca una destrucción generalizada en Gaza, es probable que de los escombros surjan el radicalismo y la violencia extremista.

Por último, Israel tiene que pensar a largo plazo y no olvidar que Estados Unidos todavía padece los daños duraderos de sus errores estratégicos en Medio Oriente. La caída del gobierno iraquí empoderó a Irán, que ahora tiene potentes delegados en toda la región, incluido Hamás. Y tras la retirada estadounidense, Afganistán se ha convertido en una pesadilla humanitaria.

Además, la reputación de Estados Unidos no se ha recuperado de las imágenes de maltratos a prisioneros en Abu Ghraib, de los informes sobre «duras» técnicas de interrogatorio de la CIA, de la detención por tiempo indefinido de presos en Guantánamo (Cuba) y de numerosos ataques con drones, que se cobraron la vida de civiles inocentes. Estas y otras prácticas han manchado para siempre la imagen del país ante el tribunal de la opinión internacional.

Un tribunal en el que Israel ya libra una batalla cuesta arriba. Aunque tiene derecho a defenderse, y los asesinatos y secuestros de Hamás justifican una represalia contundente, los israelíes deben hacer todo lo posible por cumplir el derecho internacional humanitario. Esto implica minimizar la pérdida de vidas civiles y garantizar un flujo constante de medicinas, alimentos y combustible a Gaza.

Tal ejercicio de moderación calmará el rechazo político que una larga campaña israelí contra Hamás no puede sino generar. También hará menos probable que el conflicto se convierta en una guerra regional; facilitará la continuidad de los Acuerdos de Abraham, que establecieron relaciones diplomáticas entre Israel y Baréin, los Emiratos Árabes Unidos, Marruecos y Sudán; y finalmente, permitirá a Israel y Arabia Saudita reanudar conversaciones para una normalización diplomática.

De la conducta de Israel en la guerra de Gaza también dependerá el tenor de su relación futura con la comunidad palestina. El brutal ataque de Hamás y la nueva ronda de violencia que ha generado ponen de manifiesto la insostenibilidad del statu quo anterior. Por la proximidad en la que viven, los israelíes nunca tendrán seguridad hasta que no la tengan también los palestinos, y viceversa. En algún momento los dos pueblos tendrán que trabajar juntos para garantizar una solución de dos estados que traiga una paz duradera. Quizá la tragedia del conflicto actual pueda hacer comprender esta realidad tanto a israelíes como a palestinos.

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