Jerome Powell is sworn-in as the new Chairman of the Federal Reserve SAUL LOEB/AFP/Getty Images

La Reserva Federal, y el peligro de los deseos cumplidos

CAMBRIDGE – En economía las relaciones empíricas son tan frágiles que hasta hay una “ley” sobre cuando fallan. Como explicó en los ochenta el economista británico Charles Goodhart, “toda regularidad estadística observada tiende a derrumbarse cuando se la somete a presión con fines de control”. Últimamente los bancos centrales de las economías avanzadas, en su lucha por cumplir sus promesas de llevar la inflación a las alturas estables de las metas numéricas, han dado algunos ejemplos más de la validez de la Ley de Goodhart.

La obsesión de los grandes bancos centrales con la inflación delata una conciencia culposa por haber fallado reiteradamente en alcanzar las metas. También expone el riesgo de que el combate actual los deje mal preparados para la siguiente guerra: contra una inflación excesiva.

Piénsese en la Reserva Federal de los Estados Unidos, que a principios de 2012 cuantificó el mandato de los congresistas de “promover el máximo nivel de empleo, precios estables y tipos de interés a largo plazo moderados” en una cifra: el mejor modo de alcanzar estos objetivos era lograr una inflación a largo plazo del 2%, según el índice de precios al consumidor (indicador preferido de la Reserva). Pero desde entonces, el crecimiento interanual trimestral de ese índice estuvo debajo de la meta en todos los trimestres menos uno: los pronósticos de inflación de la Reserva fallaron una y otra vez. La Ley de Goodhart sigue vigente.

La solución de la Reserva a este fracaso (como la de otros bancos centrales) ha sido hablar más del tema. Las actas de la reunión de enero del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) revelan una extensa discusión entre los funcionarios respecto de cómo determinar la inflación estadounidense. Se necesitaron más de mil palabras (una enormidad en un documento normalmente breve) para resumir tres informes separados que se presentaron sobre el tema. Se habla allí de distintas metodologías de proyección de la inflación, del bajo nivel imperante de las expectativas inflacionarias y de cómo la disponibilidad de capacidad ociosa disminuye la presión sobre los costos (o que la curva de Phillips no es tan confiable). Los funcionarios de la Reserva, preocupados por la meta inalcanzada, reafirman el compromiso con una meta central de 2% de inflación a largo plazo.

Es posible que este resumen revele inadvertidamente una parte del error que está cometiendo la Reserva. La descripción de sus intentos de determinar la inflación, que no tiene en cuenta nada que no sea la economía estadounidense, es un retroceso a los sesenta. En ningún lugar de esas mil palabras aparecen expresiones como “socios comerciales”, “valor del dólar al cambio”, “precios de commodities” o “cadenas de suministro globales”. Pero el resto de la economía mundial existe, es más grande que antes y su funcionamiento ya no se parece tanto al de Estados Unidos. Todo esto implica un disciplinamiento de costos en una economía lenta y un posible acelerador en una sobrecalentada.

En cuanto a la primera observación, el total de la exportación e importación estadounidense de bienes y servicios respecto del PIB nominal (la medida internacional estándar de apertura comercial) hoy se sitúa cerca del 30%, es decir, más de tres veces el promedio de los 40 años anteriores al abandono del régimen de tipo de cambio fijo administrado, cuando la curva de Phillips era más fiable. El resto del mundo existe.

Subscribe to PS Digital
PS_Digital_1333x1000_Intro-Offer1

Subscribe to PS Digital

Access every new PS commentary, our entire On Point suite of subscriber-exclusive content – including Longer Reads, Insider Interviews, Big Picture/Big Question, and Say More – and the full PS archive.

Subscribe Now

En segundo lugar, si bien la economía estadounidense sigue siendo la más grande del mundo según la mayoría de las mediciones, con un cuarto del PIB global, esta proporción es diez puntos porcentuales menos que en los sesenta, cuando las fábricas estadounidenses producían la mayor parte del acero, los autos y los aviones del mundo. La reducción de los costos de transporte y comunicación, sumada a la liberalización del comercio, vinculó más estrechamente los mercados, lo que implica que esta caída relativa de la proporción de la economía global que representa Estados Unidos debilita el vínculo entre las restricciones de capacidad locales y los precios internacionales. El resto del mundo es más grande.

En tercer lugar, a principios de la era post-Bretton-Woods, Estados Unidos comerciaba más que nada con el “Viejo Mundo”: Europa, Canadá y Japón. Pero según las cuotas de comercio bilateral, en 2006 las transacciones con las economías asiáticas y latinoamericanas habían alcanzado el mismo nivel; y su importancia comercial relativa para Estados Unidos creció a más del doble desde 1972. Si bien toda generalización excesiva es peligrosa, estos otros importantes socios comerciales cuentan con reservas de mano de obra barata relativamente más grandes y disciplinan los costos a lo largo de la cadena de valor global. El resto del mundo no es exactamente igual a Estados Unidos.

Estas observaciones tal vez expliquen por qué los costos muestran resistencia al alza, pero no implican que estarán estancados para siempre. Con una tasa de desempleo en Estados Unidos cercana al 4% que va camino de disminuir este año, la inflación subirá, pero no tanto como predice el registro histórico. Felizmente, los funcionarios de la Reserva son conscientes del papel que tiene la capacidad ociosa respecto de la inflación; las actas de enero señalan que las “estimaciones de la fuerza de esos efectos han disminuido apreciablemente en años recientes”.

Pero sería más tranquilizante que el debate hubiera incluido al resto del mundo; en parte porque hacerlo seguirá siendo un desafío crucial para las autoridades. Una economía más dependiente del comercio internacional es más sensible a fluctuaciones del valor de su moneda al cambio.

Es verdad que gran parte del comercio global se factura en dólares, pero el yuan chino ya comienza a incursionar en este terreno, y en última instancia lo que importa a los productores es la conversión de sus ingresos en poder adquisitivo local. De esa conversión (el valor del dólar) surge el riesgo de una inflación superior a la esperada en Estados Unidos.

La seguidilla de reforma tributaria y aumento del gasto que propinó el Congreso pone la deuda del gobierno federal estadounidense en un sendero alcista. Si un relajamiento fiscal pusiera en duda la condición de refugio seguro de los títulos del Tesoro, y se percibiera que la autoridad monetaria tarda demasiado en adoptar una política más restrictiva, es posible que el presidente de la Reserva, Jerome Powell, y sus colegas tengan un poco más de la inflación que tanto desean.

Traducción: Esteban Flamini

https://prosyn.org/7a1Wxq2es