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¿Por qué no Rochester?

SANTIAGO – El ascenso de las megaciudades como centros de una intensa creación de empleos es una de las características definitorias de la economía global del siglo veintiuno. Pero no siempre es un elemento positivo.

En el mundo en desarrollo, con todo lo grandes que puedan ser los retos (por ejemplo, la gran Nueva Delhi ha ido absorbiendo 700.000 nuevos habitantes por año), la urbanización sigue siendo la mejor esperanza para aliviar la pobreza. Pero en las economías avanzadas, muy adelante en la llamada curva del desarrollo de Lewis, es mucho menos evidente que concentrar las oportunidades económicas en ciudades cada vez más grandes sea el único camino, o siquiera el correcto.

Son bien conocidas las razones por las que megalópolis como Nueva York, San Francisco y Londres se han vuelto cada vez más dominantes en lo económico. Las grandes ciudades que ofrecen una amplia variedad de empleos interesantes, atracciones culturales y vida nocturna ejercen una gran atracción sobre los trabajadores jóvenes y sin vínculos. Y la combinación de grandes masas de trabajadores y firmas altamente especializados produce efectos de red y aglomeración difíciles de igualar en las ciudades más pequeñas, en particular en sectores como la tecnología, la biotecnología y las finanzas.

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