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Compartir la riqueza tecnológica

CAMBRIDGE – Uno de los desafíos económicos que definen nuestro tiempo es cómo distribuir el valor generado por las tecnologías de vanguardia, como la inteligencia artificial generativa y las innovaciones recientes en biomedicina y manufactura, que dependen de un poder informático gigantesco. Para mejorar los estándares de vida, los beneficios de las tecnologías transformadoras deben compartirse de manera generalizada. Sin embargo, hasta el momento, estos beneficios han sido monopolizados por un cuadro pequeño de multimillonarios tecnológicos.

El CEO de Tesla, Elon Musk, es un buen ejemplo. La mayoría de la gente reconoce que Musk no merecía los 56.000 millones de dólares de compensación anual que la junta de directores de la empresa intentó darle en 2018, dadas las ganancias relativamente modestas y los años de pérdidas de Tesla. Sin embargo, la junta argumentó que esta suma sideral era necesaria para incentivar a Musk a quedarse en la compañía -un argumento tan insensato que un juez de Delaware recientemente invalidó el paquete de compensación “inconmensurable” de la junta.

Pero Musk no es el único. Otros gigantes tecnológicos, como Alphabet (la sociedad matriz de Google), han sido igual de pródigos con sus CEO pagándoles salarios abultados y otorgándoles opciones de acciones, bajo la apariencia de querer retener el talento de excelencia. Sin embargo, a decir verdad, la contribución real de los ejecutivos estrella muchas veces es poco clara. Por caso, un estudio clásico de 1991 de los economistas Bengt Holmström y Paul Milgrom, ganadores del premio Nobel, sugiere que el pago de incentivos funciona solamente con las tareas simples que tienen resultados mensurables y que son ejecutadas por un trabajador en particular; en esos casos, la compensación puede estar asociada directamente con el desempeño individual.

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