La reelección de Tony Blair en Gran Bretaña el año pasado fue una victoria apabullante para el nuevo laborismo, y le dio a su partido una mayoría invunerable en la Cámara de los Comunes. Gerhard Schröder apenas alcanzó la mayoría en el Bundestag alemán gracias a la ayuda de sus no muy apreciados compañeros de coalición, los verdes, y a unos cuantos "escaños adicionales" que otorgan las reglas del sistema electoral.
¿Cuál de esas aseveraciones es cierta y cuál falsa? Curiosamente, ambas son tanto verdaderas como falsas. Un hecho sorprendente acerca del Partido Laborista del primer ministro Blair es que en 2001 obtuvo un 2% menos de los votos que consiguió en 1997, para terminar con un poco más del 40% de los votos totales. Los socialdemócratas de Schröder también perdieron 2% del voto popular en comparación con 1988 y tuvieron poco menos del 40% del total. Además, al ganar el 38.5% de una participación electoral del 80%, Schröder podría alegar que obtuvo el apoyo de la tercera parte del electorado, mientras que Blair fue electo apenas por la cuarta parte (40% de una participación del 60%).
La diferencia entre estos dos líderes de centro-izquierda no es su éxito electoral, sino el sistema bajo el que operan. El sistema electoral británico de mayoría simple le dio a Blair una posición sólida, mientras que el sistema alemán de voto proporcional modificado dio a Schröder y a sus aliados verdes una escasa (y tal vez tambaleante) mayoría.
Los sistemas electorales son un tema perenne de discusión política, pero estos dos ejemplos vuelven a poner el asunto sobre la mesa. Hay mucho que decir (una vez más) en favor del sistema británico. Al convertir mayorías electorales relativas en mayorías parlamentarias absolutas, permite a los partidos victoriosos gobernar, en lugar de estar en negociaciones permanentes con los compañeros de coalición y estar luchando constantemente por la mayoría parlamentaria.
Pero, ¿es justo el sistema británico? Es claro que no convierte al parlamento en un reflejo fiel del electorado. La "Revolución de Thatcher" nunca tuvo el apoyo de más del 43% de quienes votaron (por cierto, una proporción aún menor del electorado estadounidense apoyó explícitamente la "Revolución de Reagan" en su país). Blair puede utilizar su 40% para unirse a los EU en su enfoque hacia Irak y también para difundir en casa la doctrina de las "sociedades público-privadas". Ambas políticas han recibido fuerte oposición, incluso entre su 40%.
No obstante, tanto Blair como Thatcher tuvieron la capacidad de tomar decisiones audaces y ponerlas en práctica. A pesar de los fuertes adversarios tanto al interior como fuera del parlamento, durante un periodo crítico los líderes pueden llevar a cabo acciones firmes y decididas que se consideran legítimas en el sentido de que el apoyo público es mayor que la oposición.
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Sin embargo, llegará el día en que la balanza se incline hacia el otro lado. En los EU, una sabia enmienda constitucional obliga incluso a los presidentes populares a retirarse después de dos periodos. Sin esa regla, la Sra. Thatcher estalló en lágrimas cuando su partido le dijo que debía marcharse. Está por verse cómo le habrá de ir a Blair, sobre todo en temas como el referéndum sobre el euro. Mientras tanto, no obstante, el sistema electoral hace que las acciones firmes sean posibles (y valoradas por el electorado).
Este no es el caso bajo la representación proporcional. Se dice con frecuencia que Alemania en particular necesita lo que un expresidente de ese país llamó un empujón ( Ruck) para movilizar a las fuerzas latentes de su pueblo. Una coalición preocupada permanentemente por su tambaleante mayoría parlamentaria difícilmente reformará una economía estancada, con altos índices de desempleo y un Estado benefactor cada vez menos costeable.
Ante tales problemas, algunos alemanes están haciendo llamados en favor de una "gran coalición" entre los dos partidos principales. Pero, ¿es correcto suspender el juego democrático entre el gobierno y la oposición a fin de resolver problemas graves? Por el otro lado, ¿es justo para el electorado que se suspendan las reformas cuando no hay una mayoría clara?
Se podría sostener que, en tiempos en que ni siquiera los partidos grandes pueden aspirar a alcanzar el apoyo de más del 50% del electorado, es importante que el parlamento refleje los diversos puntos de vista de la gente que lo eligió. Sin embargo, el argumento opuesto es más fuerte.
Una de las principales funciones de un proceso electoral es convertir la opinión popular en acciones políticas. Esto requiere que un parlamento sea capaz tanto de legislar como de gobernar. En tanto exista la posibilidad de retirar a quienes están en el poder por medios pacíficos, como las elecciones, convertir mayorías relativas en gobiernos fuertes es mejor que tener coaliciones débiles con mayoría numérica.
Los sistemas electorales no cambian las fuerzas sociales subyacentes ni garantizan algún resultado en particular. El Reino Unido ha tenido periodos de inmovilismo y estancamiento (en los años cincuenta y en los setenta), y Alemania ha experimentado cambios importantes bajo coaliciones gubernamentales cuantitativamente débiles (la administración de Konrad Adenauer posterior a 1949 y la de Willy Brandt después de 1969). Sin embargo, los argumentos en favor de un sistema que fomenta el cambio y la oposición, y no el estancamiento y el consenso, son fuertes. Por supuesto, el principal obstáculo para la reforma electoral es la necesidad de convencer a aquéllos cuyos empleos dependen de que se mantenga el statu quo.
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If the new "industrial strategy" is offering ideas for better public governance, it is useful. But it becomes positively dangerous when it turns to the private sector, where state interventions inevitably undermine competition, disrupt price signals, and dampen the motivation to innovate.
sees little reason to support the case for renewed government interventions in the private sector.
It may be impossible simultaneously to combat climate change, boost the middle class in advanced economies, and reduce global poverty. Under current policy trajectories, any combination of two goals appears to come at the expense of the third.
weighs the trade-offs between combating climate change, global poverty, and rich countries’ middle-class decline.
Although multilateral efforts to address climate change are not well served by deepening geopolitical rivalries or the apparent trend toward global economic fragmentation, that doesn’t mean governments have abandoned the pursuit of net-zero emissions. Instead, the process has become more competitive – and more complex.
considers the international political dynamics of current energy, trade, and environmental policies.
Although policies based on mainstream neoclassical economics, famously enshrined in the Washington Consensus, have clearly failed, economic theory has remained in a state of paralyzed confusion. What has been missing is a full shift to modern modes of thought informed by contemporary science.
offers a new conceptual framework based on twenty-first-century science and simple observation.
Increasingly severe water shortages represent a human-made crisis that can be resolved through human interventions. The situation demands new thinking about the economics of this critical resource and how to manage it through mission-oriented strategies that span all levels of governance.
call attention to a global problem that demands far more attention from policymakers at all levels.
La reelección de Tony Blair en Gran Bretaña el año pasado fue una victoria apabullante para el nuevo laborismo, y le dio a su partido una mayoría invunerable en la Cámara de los Comunes. Gerhard Schröder apenas alcanzó la mayoría en el Bundestag alemán gracias a la ayuda de sus no muy apreciados compañeros de coalición, los verdes, y a unos cuantos "escaños adicionales" que otorgan las reglas del sistema electoral.
¿Cuál de esas aseveraciones es cierta y cuál falsa? Curiosamente, ambas son tanto verdaderas como falsas. Un hecho sorprendente acerca del Partido Laborista del primer ministro Blair es que en 2001 obtuvo un 2% menos de los votos que consiguió en 1997, para terminar con un poco más del 40% de los votos totales. Los socialdemócratas de Schröder también perdieron 2% del voto popular en comparación con 1988 y tuvieron poco menos del 40% del total. Además, al ganar el 38.5% de una participación electoral del 80%, Schröder podría alegar que obtuvo el apoyo de la tercera parte del electorado, mientras que Blair fue electo apenas por la cuarta parte (40% de una participación del 60%).
La diferencia entre estos dos líderes de centro-izquierda no es su éxito electoral, sino el sistema bajo el que operan. El sistema electoral británico de mayoría simple le dio a Blair una posición sólida, mientras que el sistema alemán de voto proporcional modificado dio a Schröder y a sus aliados verdes una escasa (y tal vez tambaleante) mayoría.
Los sistemas electorales son un tema perenne de discusión política, pero estos dos ejemplos vuelven a poner el asunto sobre la mesa. Hay mucho que decir (una vez más) en favor del sistema británico. Al convertir mayorías electorales relativas en mayorías parlamentarias absolutas, permite a los partidos victoriosos gobernar, en lugar de estar en negociaciones permanentes con los compañeros de coalición y estar luchando constantemente por la mayoría parlamentaria.
Pero, ¿es justo el sistema británico? Es claro que no convierte al parlamento en un reflejo fiel del electorado. La "Revolución de Thatcher" nunca tuvo el apoyo de más del 43% de quienes votaron (por cierto, una proporción aún menor del electorado estadounidense apoyó explícitamente la "Revolución de Reagan" en su país). Blair puede utilizar su 40% para unirse a los EU en su enfoque hacia Irak y también para difundir en casa la doctrina de las "sociedades público-privadas". Ambas políticas han recibido fuerte oposición, incluso entre su 40%.
No obstante, tanto Blair como Thatcher tuvieron la capacidad de tomar decisiones audaces y ponerlas en práctica. A pesar de los fuertes adversarios tanto al interior como fuera del parlamento, durante un periodo crítico los líderes pueden llevar a cabo acciones firmes y decididas que se consideran legítimas en el sentido de que el apoyo público es mayor que la oposición.
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Sin embargo, llegará el día en que la balanza se incline hacia el otro lado. En los EU, una sabia enmienda constitucional obliga incluso a los presidentes populares a retirarse después de dos periodos. Sin esa regla, la Sra. Thatcher estalló en lágrimas cuando su partido le dijo que debía marcharse. Está por verse cómo le habrá de ir a Blair, sobre todo en temas como el referéndum sobre el euro. Mientras tanto, no obstante, el sistema electoral hace que las acciones firmes sean posibles (y valoradas por el electorado).
Este no es el caso bajo la representación proporcional. Se dice con frecuencia que Alemania en particular necesita lo que un expresidente de ese país llamó un empujón ( Ruck) para movilizar a las fuerzas latentes de su pueblo. Una coalición preocupada permanentemente por su tambaleante mayoría parlamentaria difícilmente reformará una economía estancada, con altos índices de desempleo y un Estado benefactor cada vez menos costeable.
Ante tales problemas, algunos alemanes están haciendo llamados en favor de una "gran coalición" entre los dos partidos principales. Pero, ¿es correcto suspender el juego democrático entre el gobierno y la oposición a fin de resolver problemas graves? Por el otro lado, ¿es justo para el electorado que se suspendan las reformas cuando no hay una mayoría clara?
Se podría sostener que, en tiempos en que ni siquiera los partidos grandes pueden aspirar a alcanzar el apoyo de más del 50% del electorado, es importante que el parlamento refleje los diversos puntos de vista de la gente que lo eligió. Sin embargo, el argumento opuesto es más fuerte.
Una de las principales funciones de un proceso electoral es convertir la opinión popular en acciones políticas. Esto requiere que un parlamento sea capaz tanto de legislar como de gobernar. En tanto exista la posibilidad de retirar a quienes están en el poder por medios pacíficos, como las elecciones, convertir mayorías relativas en gobiernos fuertes es mejor que tener coaliciones débiles con mayoría numérica.
Los sistemas electorales no cambian las fuerzas sociales subyacentes ni garantizan algún resultado en particular. El Reino Unido ha tenido periodos de inmovilismo y estancamiento (en los años cincuenta y en los setenta), y Alemania ha experimentado cambios importantes bajo coaliciones gubernamentales cuantitativamente débiles (la administración de Konrad Adenauer posterior a 1949 y la de Willy Brandt después de 1969). Sin embargo, los argumentos en favor de un sistema que fomenta el cambio y la oposición, y no el estancamiento y el consenso, son fuertes. Por supuesto, el principal obstáculo para la reforma electoral es la necesidad de convencer a aquéllos cuyos empleos dependen de que se mantenga el statu quo.