WASHINGTON, DC – Mientras Canadá, México y Estados Unidos se embarcan en la quinta ronda de negociaciones para modernizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte –una empresa de pronóstico incierto–, en el resto de las Américas los gobiernos afrontan un dilema mucho más fundamental: ¿quién será su principal socio comercial en el futuro: Estados Unidos, Europa o China?
Durante más de un siglo, la respuesta a esa pregunta caía de maduro: “EE UU”. Su proximidad geográfica, su grado de influencia, y su enorme poderío económico lo convirtieron en el centro natural de atención en materia comercial para América Latina. De hecho, la región es el primer o segundo socio comercial para 37 de los 50 estados de la Unión.
En 2016 las empresas estadounidenses exportaron a América Latina y el Caribe bienes y servicios por un total de US$515.000 millones, casi el triple de lo que le vendieron a China. Además, mientras que EE UU tiene un déficit comercial recurrente con China, Washington por lo común se anota un superávit con sus socios del sur, que suelen mostrar gran predilección por los productos de alto valor y los sofisticados servicios que proveen las empresas estadounidenses.
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Rather than reducing concentrated market power through “disruption” or “creative destruction,” technological innovation historically has only added to the problem, by awarding monopolies to just one or a few dominant firms. And market forces offer no remedy to the problem; only public policy can provide that.
shows that technological change leads not to disruption, but to deeper, more enduring forms of market power.
The passing of America’s preeminent foreign-policy thinker and practitioner marks the end of an era. Throughout his long and extraordinarily influential career, Henry Kissinger built a legacy that Americans would be wise to heed in this new era of great-power politics and global disarray.
reviews the life and career of America’s preeminent foreign-policy scholar-practitioner.
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WASHINGTON, DC – Mientras Canadá, México y Estados Unidos se embarcan en la quinta ronda de negociaciones para modernizar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte –una empresa de pronóstico incierto–, en el resto de las Américas los gobiernos afrontan un dilema mucho más fundamental: ¿quién será su principal socio comercial en el futuro: Estados Unidos, Europa o China?
Durante más de un siglo, la respuesta a esa pregunta caía de maduro: “EE UU”. Su proximidad geográfica, su grado de influencia, y su enorme poderío económico lo convirtieron en el centro natural de atención en materia comercial para América Latina. De hecho, la región es el primer o segundo socio comercial para 37 de los 50 estados de la Unión.
En 2016 las empresas estadounidenses exportaron a América Latina y el Caribe bienes y servicios por un total de US$515.000 millones, casi el triple de lo que le vendieron a China. Además, mientras que EE UU tiene un déficit comercial recurrente con China, Washington por lo común se anota un superávit con sus socios del sur, que suelen mostrar gran predilección por los productos de alto valor y los sofisticados servicios que proveen las empresas estadounidenses.
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