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Una multipolaridad peligrosamente militarizada

MADRID – La multipolaridad está de vuelta, y con ella la rivalidad estratégica entre grandes potencias. La reemergencia de China y el retorno de Rusia a la primera línea de la geopolítica —tras atravesar sendos períodos de introspección— son dos de las dinámicas internacionales más destacadas de lo que llevamos de siglo. Durante el primer año de Donald Trump en la Casa Blanca, las tensiones entre Estados Unidos y estos dos países han aumentado a un ritmo todavía mayor. A medida que el panorama doméstico de Estados Unidos se deteriora, lo hacen también sus relaciones con los que pueden percibirse como sus principales adversarios.

Al llegar al poder hace un lustro, el presidente chino Xi Jinping presentó la idea de un “nuevo tipo de relaciones entre grandes potencias” basado en la cooperación y el diálogo, así como en el respeto por los intereses nacionales del otro. Lo cierto es que el nuevo contexto global recuerda un tanto al de épocas pasadas, en las que reinaba la realpolitik. La propia China no siempre predica con el ejemplo en lo que a la cooperación se refiere, como indica su apuesta por el unilateralismo en el Mar de la China Meridional. Asimismo, la relativa pérdida de influencia de los cuerpos diplomáticos chinos contrasta con la creciente simbiosis entre Xi y el Ejército Popular de Liberación. Xi incluso ha mostrado una asombrosa predisposición a vestirse en uniforme militar.

Por su parte, Rusia ha invadido nada menos que dos ex repúblicas soviéticas en la última década, y la fracción del PIB ruso dedicada al gasto militar viene aumentando de forma prácticamente exponencial. Para colmo, Washington y Moscú se acusan mutuamente de violar el Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces), el único de los acuerdos armamentísticos vigentes entre Estados Unidos y Rusia que fue firmado durante la Guerra Fría.

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