acemoglu66_Michael M. SantiagoGetty Images_trump protest Michael M. Santiago/Getty Images

Lo que le falta al antitrumpismo

BOSTON – Corren tiempos únicos y problemáticos en los Estados Unidos. Un ex presidente dos veces acusado constitucionalmente y que hoy enfrenta cuatro procesos judiciales distintos por delitos graves es el líder de facto de uno de los dos principales partidos políticos. Habiendo transformado el Partido Republicano a su imagen, resulta casi inevitable que Donald Trump sea su nominado en las presidenciales de 2024, a pesar de las crecientes evidencias de sus fechorías financieras y su papel en un intento de golpe de estado. Si bien a los Demócratas les fue bien en distintas elecciones celebradas este mes, las encuestas muestran a Trump por delante del Presidente estadounidense Joe Biden en varios estados decisivos. Está claro que hay algo podrido en la República Estadounidense.

Una segunda presidencia de Trump representaría un daño mucho peor para la democracia que la primera. Su propio aspecto y retórica sugieren que se ha radicalizado más todavía, y sus partidarios han aprendido las lecciones de su fallido intento de dar vuelta las elecciones de 2020. Grupos de expertos afines ya están trazando planes para desmantelar el sistema de pesos y contrapesos del gobierno estadounidense, lo que permitiría a Trump instaurar un estado policial que apunte a sus opositores políticos. El Proyecto 2025 de la Heritage Foundation se propone “crear un manual de acciones a adoptar en los primeros 180 días de la nueva administración para ofrecer un alivio rápido a los estadounidenses que padecen las devastadoras medidas de la izquierda". Elemento central para ello será nombrar en puestos clave a cuadros trumpistas.

Si bien es obvio que Trump y quienes le facilitaron el camino en el sistema político son los responsables directos de este crítico estado de las cosas, también lo son la izquierda estadounidense y los medios de comunicación masivos, que no han podido desarrollar una respuesta bien calibrada. Las reacciones oscilan desde una normalización implícita (¿quién puede rechazar al nominado de uno de los partidos principales?) a una tolerancia cero hacia sus partidarios. Pero falta un mapa práctico de cómo abordar la situación, sobre todo porque está en riesgo el futuro mismo de la democracia en el país.

La respuesta más promisoria contendría dos posturas aparentemente contradictorias. Primero, el centro y la izquierda deben acordar declarar a Trump y su círculo íntimo como una amenaza mortal a la República Estadounidense. Sus lugartenientes deberían ser tratados como tales, no como figuras que eleven los índices de audiencia. Hay que resaltar constantemente los planes abiertamente declarados por Trump de destruir la democracia estadounidense.

Pero el centro y la izquierda también deben reconocer que la mayoría de los partidarios de Trump tienen demandas legítimas. Esta es la parte que le falta a una respuesta que funcione bien. Si bien no hay duda de que existen elementos fuertemente racistas y nacionalistas blancos en el movimiento MAGA (sigla de “Make America Great Again”, o “Volvamos a hacer grandes a los Estados Unidos”), están lejos de representar a la mayoría de quienes votarán Republicano en las próximas elecciones.

Una proporción importante de la población estadounidense ha sufrido en lo económico en las últimas cuatro décadas. Los ingresos reales (ajustados a la inflación) entre los hombres con solo educación secundaria o menos han bajado desde 1980, y los salarios medios se han estancado hasta fines de la década de 2010. Mientras tanto, la renta para sus conciudadanos con grados universitarios y habilidades especializadas (como saber programación) ha ascendido con rapidez.

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Hay muchas razones que explican esta transformación del mercado laboral, y varias de ellas están enraizadas en tendencias económicas que los políticos del sistema y los medios de comunicación por largo tiempo vendieron a los trabajadores como beneficiosos para ellos. La ola de globalización que, se suponía, iba a levantar todas las embarcaciones, dejó varadas a muchas. La automatización que iba a hacer que la manufactura nacional fuera más competitiva y ayudaría a los trabajadores es el mayor factor del descenso de los ingresos entre trabajadores sin grado universitario. Y mientras eso ocurría, se fueron debilitando los sindicatos, las leyes de salario mínimo y las normas de protección a los trabajadores con bajas remuneraciones.

Muchos trabajadores perjudicados por estas tendencias también sienten que han perdido terreno en lo social. Los cambios legales, políticos y culturales que han ayudado a grupos antes en desventaja (minorías, mujeres, la comunidad LGBTQ+) han dejado a otros en la confusión. En el proceso, en muchos estadounidenses ha crecido el resentimiento, a medida que sienten que los medios de comunicación masivos y la elite tecnocrática pasan por alto sus opiniones y demandas.

En un estudio reciente, los economistas Ilyana Kuziemko, Nicolas Longuet-Marx y Suresh Naidu documentan una brecha entre las preferencias económicas de los trabajadores menos formados, por una parte, y los mejor formados y el Partido Demócrata, por la otra. Mientras los trabajadores comunes manifiestan una fuerte preferencia por los salarios mínimos, garantías laborales, protecciones contra el comercio y sindicatos más sólidos, las elites se oponen a estos programas como una interferencia injustificada del mercado. El método de preferencia del Partido Demócrata para ayudar a los más desventajados ha sido impulsar la redistribución mediante el sistema tributario y de transferencias.

Esta desconexión entre los trabajadores y los encargados de centroizquierda del diseño de políticas no está confinada a los EE. UU. Como muestran los economistas Amory Gethin, Clara Martínez-Toledano y Thomas Piketty, ha ocurrido una realineación política similar en 21 democracias occidentales. En las décadas de los 1950 y 1960, la clase trabajadora votaba invariablemente por los partidos socialistas y de centro izquierda, mientras que los ciudadanos más adinerados y con una mejor formación votaban por la derecha. Sin embargo, para 2010, los más educados votaban abrumadoramente por partidos de centroizquierda y los trabajadores se habían pasado a la derecha, en parte porque ellos se habían alejado de posiciones políticas alineadas con los intereses materiales y otras prioridades de los trabajadores.

Para revertir esta tendencia se requieren cambios no solo de políticas específicas que los partidos de centroizquierda apoyen, sino también de las palabras que usen. También implicará esfuerzos proactivos para que los trabajadores asuman posiciones de liderazgo al interior de los partidos, en lugar de dejar que las elites mejor formadas se hagan con los mejores puestos.

En los EE. UU., hacer que los trabajadores vuelvan a votar Demócrata no es solo un imperativo para derrotar a Trump y los acólitos que hagan su trabajo sucio. También resulta esencial para la economía del país. En la próxima década, y más allá, la regulación del sector tecnológico de la industria y el apoyo a los trabajadores serán temas clave. Una centroizquierda carente de las voces de los trabajadores no puede esperar estar a la altura de la ocasión.

Los estadounidenses que siguen apoyando la democracia deben exponer a Trump por lo que es y trabajar duro para evitar que vuelva al poder. Pero, al hacerlo, también deben ser más abiertos y ser capaces de responder a los trabajadores, incluidos aquellos que no se han beneficiado tanto de la globalización y los cambios tecnológicos y puedan no compartir sus puntos de vista sobre asuntos sociales y culturales.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

https://prosyn.org/VDOHXnQes