La Thatcher humana

LONDRES – Resulta difícil separar algunos de mis recuerdos personales de Margaret Thatcher -mundanos pero reveladores- de los juicios dogmáticos de la historia. Había trabajado para ella como director de investigaciones del Partido Conservador, y como ministro durante unos 15 años, antes de trasladarme a Hong Kong como último gobernador de Gran Bretaña allí. Como ella había negociado el traspaso de Hong Kong a China, fue una visitante frecuente y bienvenida durante mi gestión.

Thatcher siempre respaldó ampliamente la preservación del estado de derecho, las libertades civiles y las aspiraciones democráticas de Hong Kong. Simpatizaba con los defensores de la democracia, y parecían caerle bien. También recuerdo que, si bien nuestra residencia oficial contaba con un personal excelente y muy trabajador (con quien ella siempre fue amable y cordial), fue la única visitante -y hubo muchos- que se hacía su propia cama. Era una tarea que acometía con todo el cuidado y la precisión de un gran hotel: esquinas de la cama bien acomodadas y cubrecama cuidadosamente doblado. 

Invariablemente, cuando viajaba por trabajo a Beijing, insistía en comprar ante todo un presente para el ex líder chino Zhao Ziyang, con quien había negociado el traspaso de Hong Kong. Desde la masacre de Tiananmen, que él había intentado evitar a través de un acuerdo, el hombre vivía bajo arresto domiciliario. Al pedirle a cualquier alto funcionario con el que se cruzaba que le entregara su regalo y le enviara sus mejores deseos a Zhao, las autoridades chinas entendían que el mundo externo todavía pensaba en él y quería garantizar su supervivencia. Era un gesto práctico y amable.

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