La contención del tráfico

En París, Nueva York y Ciudad de México, tanto los ricos como los pobres se evaden del calor estival en los parques urbanos. Pero en muchos lugares del mundo en desarrollo los espacios públicos abiertos son tan escasos como las democracias estables. Puede no ser casualidad. Si bien parece frívolo escribir sobre el espacio público en ciudades como Bogotá, Delhi y Lima, en las que cunden la pobreza y la miseria, hay que tener en cuenta que la subvención por el gobierno de la hierba y del hormigón da idea de su respeto de la dignidad humana y los valores democráticos.

Los espacios públicos son aquellos en que los pobres y los ricos coinciden como iguales. Si los gobiernos no pueden ofrecer un campo de juego igual para todos en una economía mundial, al menos pueden igualar el disfrute de una ciudad durante el tiempo de ocio. En el tercer mundo, eso significa ofrecer a los residentes parques públicos limpios y abundantes y mantener las aceras libres para los peatones. Si bien esto último se da por sentado en el mundo desarrollado, en América latina las aceras se parecen con frecuencia a un territorio disputado. Los peatones no deberían tener que competir con los coches. Los funcionarios municipales y estatales deben velar por que los parques y los caminos pavimentados lleguen a ser tan omnipresentes en el paisaje de una ciudad como los aparcamientos.

Como alcalde de Bogotá, casi me granjeé la incapacitación para ejercer mi cargo por insistir en la necesidad de que los peatones ganen esta guerra con el automóvil y el comercio. Los tenderos y los conductores se quejaron y pidieron que las aceras siguieran compartidas con los coches aparcados, como ocurría desde hacía años. Tuvimos que explicar que, aunque las aceras se encuentran contiguas a las calzadas, no pertenecen a la misma familia. Las aceras son más bien parientes próximos de los parques y las plazas.

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