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Los nuevos riesgos de la regulación del riesgo

LONDRES – Cuando asumí la responsabilidad de la supervisión bancaria del Reino Unido en 1995, una sabia y vieja voz del Banco de Inglaterra (BoE) me advirtió de que me resultaría un trabajo ingrato. Nunca un periódico imprime como titular “Todos los bancos ingleses están seguros esta semana”, pero si ocurre un problema, casi invariablemente se lo ve como un caso de fallo de supervisión. Los periodistas cubren raudamente a los contralores que se adormilan en sus funciones.

Los reguladores se ven atrapados en un fuego cruzado de expectativas en conflicto. Los bancos quieren que se los deje solos, a menos que necesiten ayuda. Los consumidores y sus representantes políticos quieren que ellos estén al tanto de cada transacción e intervengan en tiempo real ante cualquier problema. En los años previos a la crisis financiera de 2008 el péndulo oscilaba hacia el extremo no intervencionista del espectro. Hoy “intrusivo” tiene una connotación positiva en el léxico regulador, pero sigue existiendo la necesidad de lograr un equilibrio.

El otro punto que me susurró esa voz fue que la única manera de generar una noticia positiva sobre la regulación era advertir de problemas futuros. “Las entidades reguladoras advirtieron hoy que…” es un buen comienzo de titular para el Financial Times o el Wall Street Journal. Los editores sienten un subidón de placer al preocupar a sus lectores.

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