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A Putin le encanta que Francia y Alemania discutan

BERLÍN – La relación francogermana siempre ha sido complicada, y nunca ha estado libre de conflictos y tensiones. Que la cooperación entre estos dos países clave de la Unión Europea es necesaria y que beneficia a todo el bloque, eso lo comprenden todos. Pero aun así, nunca han terminado de superar sus diferencias actuales e históricas.

Una de las razones es que Francia y Alemania tienen un grado de fortaleza similar, pero en dimensiones diferentes. Durante el proceso gradual de unificación europea que se desarrolló en las últimas siete décadas, Alemania (dejando a un lado su división entre 1945 y 1990) fue poderosa en lo económico, pero insegura en lo diplomático. Francia, en cambio, hizo alarde de fortaleza militar y cultural y de una tradición ininterrumpida como potencia europea. Tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, Charles de Gaulle le dio mucha importancia a reafirmar la renovada confianza de Francia en sí misma.

Alemania fue todo lo contrario. Al final de la Segunda Guerra Mundial, era una potencia fallida con reputación de iniciar desastres europeos. El Estado y la cultura alemanes se habían vuelto sinónimo de la total bancarrota moral de la era hitlerista. Los nazis habían arrastrado a Alemania a un estado de barbarie; y usando tecnologías modernas y teorías seudocientíficas habían cometido un genocidio contra los judíos europeos, los romaníes y otras comunidades y devastado grandes áreas del continente europeo. En síntesis, los alemanes tuvieron a Hitler, que los condujo a un abismo y les dejó un legado duradero de vergüenza, mientras que los franceses tuvieron a De Gaulle, salvador de la nación en su hora más oscura.

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