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PRINCETON – Los sistemas políticos viven en competencia. Los políticos en cargos y quienes aspiran a ellos siempre dicen que pueden manejar los problemas mejor que sus contrincantes. Las guerras modernas de ideas, proyectos políticos y sistemas de organización no son más que versiones actualizadas de viejas formas de combate.
La crisis financiera de 2008 es un ejemplo reciente de política de competencia. Al principio, los observadores no estadounidenses que buscaban sus orígenes –las hipotecas impagas en Estados Unidos- concluyeron que el capitalismo estadounidense había fracasado, y que el planeamiento chino o el corporativismo europeo eran sistemas superiores. Pero entonces Europa cayó en una crisis de endeudamiento, dando paso a que los estadounidenses se jactaran de que su sistema seguía siendo mejor, gracias a sus mecanismos de mutualización y soporte de la deuda, que había sido creado en 1790 bajo el entonces Secretario del Tesoro Alexander Hamilton.
No es de sorprender que la pandemia de COVID-19 haya dado pie a anuncios contrapuestos de superioridad política. Entre escenarios rápidamente cambiantes, muchos líderes políticos y empresariales otra vez se apresuran a declarar victoria para sus propios sistemas. Deberíamos mantener una actitud escéptica ante ellos. Con la excepción de países isla con poca población y mucha distancia geográfica, como Nueva Zelanda (25 muertes), Taiwán (7 muertes) o Groenlandia (ninguna muerte), no ha surgido todavía ningún modelo evidentemente superior.
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