no gas taxes

El desafío del impuesto a los combustibles

SANTIAGO – El presidente de Francia, Emmanuel Macron, no es el primer político que enfrenta dificultades con los impuestos a los combustibles. A comienzos del año pasado en Brasil, una huelga de camioneros paralizó el país y contribuyó al triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales. En 2000, el movimiento "Dump the Pump" [No usar la bomba] parecía que iba a impedir que Tony Blair alcanzara un segundo período gubernamental. En Estados Unidos, el tema es tan políticamente tóxico que se ha permitido que la inflación erosione dos quintos del valor del impuesto federal a los combustibles desde la última vez que fue reajustado, hace veinticinco años.

En un momento yo también fui víctima de la ira inspirada por el diesel. Siendo ministro de Hacienda de Chile, hace diez años, intenté cerrar un resquicio legal que permitía a los camioneros recuperar lo que habían pagado en impuestos a los combustibles. Los operadores políticos del gobierno me aseguraron que no cederíamos a la presión. Pero su férrea voluntad desapareció en menos de una semana ante el bloqueo de los caminos principales con camiones y el desabastecimiento de los supermercados. Nuestro gobierno, avergonzado, dio marcha atrás, como lo han hecho Macron y muchos otros desde entonces.

El aspecto económico de los impuestos a la gasolina es tan viejo como el político. El precio del combustible en relación a otros bienes (lo que los economistas llaman su precio relativo) desempeña dos papeles al mismo tiempo. Guía las decisiones acerca del consumo y de la producción: si el diesel sube de precio, los consumidores utilizan menos y los productores refinan más. Además, cambios en el precio relativo redistribuyen el ingreso: el combustible caro significa que quienes consumen mucho son "más pobres", puesto que disminuye su poder de compra para otras cosas.

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