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La flexibilidad cambiaria y los mercados emergentes

LONDRES – Hace cincuenta años el sistema de Bretton Woods colapsó, y ya en marzo de 1973 las principales monedas del mundo flotaban. A partir de la década de 1990 –y más rápidamente desde 2000– las economías de mercado emergentes (EME) paulatinamente flotaron sus monedas, esperando así aislarse de los shocks externos y lograr la capacidad de fijar las tasas de interés de acuerdo a sus objetivos nacionales.

Eso es lo que se esperaba, pero la realidad ha dicho otra cosa. Para las EME, el nuevo régimen ha proporcionado un aislamiento apenas parcial. Hélène Rey, de la London Business School, ha demostrado que las condiciones financieras internas se mueven de la mano de las tasas de interés estadounidenses y el valor del dólar, incluso en países con tipos de cambio flexibles. Los bancos centrales de las EME pueden enfrentar un boom de entradas de capital cuando están tratando de apretar su política para reducir la inflación, y viceversa. La consecuencia es que la autonomía monetaria a las que las EME aspiraban no se ha materializado.

Aún más, como lo señalaran hace tiempo los economistas Guillermo Calvo, Carmen M. Reinhart y Leonardo Leiderman, las entradas de capital a las EME dependen fundamentalmente de las condiciones externas. Las políticas internas son de importancia secundaria, a diferencia del modelo de libro de texto, en el cual los flujos de capital llenan cualquier brecha de cuenta corriente que pueda resultar de las decisiones locales de ahorro e inversión.

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