CAMBRIDGE – Cuesta no sentir decepción por el resultado de la primera vuelta de la elección presidencial y parlamentaria del 14 de mayo en Turquía. En una campaña signada por las secuelas del enorme terremoto de febrero, crecientes problemas económicos y profundización de la corrupción, había muchas esperanzas de que el gobierno cada vez más autoritario (que ya lleva veinte años) del presidente Recep Tayyip Erdoğan llegara a su fin. Algunas encuestas señalaban que la coalición de seis partidos de la oposición liderada por el centroizquierdista Kemal Kılıçdaroğlu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP por la sigla en turco), podía alcanzar la mayoría o por lo menos llegar a la segunda vuelta con ventaja sobre Erdoğan.
Al final, Turquía vuelve a las urnas el 28 de mayo con Erdoğan en posición dominante, tras haber recibido el 49,5% de los votos. Kılıçdaroğlu obtuvo menos del 45%, y el resto se lo llevó un candidato ultraderechista y xenófobo, Sinan Oğan, que mañana (19 de mayo) anunciará a cuál de los dos candidatos que quedan apoyará. Pero parece probable que una proporción significativa de sus seguidores respalde a Erdoğan en la segunda vuelta.
Aquí falló algo más fundamental que unas encuestas que se equivocaron. El resultado de la elección no se puede comprender sin tener en cuenta el vuelco del electorado turco hacia el nacionalismo.
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Since the 1990s, Western companies have invested a fortune in the Chinese economy, and tens of thousands of Chinese students have studied in US and European universities or worked in Western companies. None of this made China more democratic, and now it is heading toward an economic showdown with the US.
argue that the strategy of economic engagement has failed to mitigate the Chinese regime’s behavior.
While Chicago School orthodoxy says that humans can’t beat markets, behavioral economists insist that it’s humans who make markets, which means that humans can strive to improve their functioning. Which claim you believe has important implications for both economic theory and financial regulation.
uses Nobel laureate Robert J. Shiller’s work to buttress the case for a behavioral approach to economics.
CAMBRIDGE – Cuesta no sentir decepción por el resultado de la primera vuelta de la elección presidencial y parlamentaria del 14 de mayo en Turquía. En una campaña signada por las secuelas del enorme terremoto de febrero, crecientes problemas económicos y profundización de la corrupción, había muchas esperanzas de que el gobierno cada vez más autoritario (que ya lleva veinte años) del presidente Recep Tayyip Erdoğan llegara a su fin. Algunas encuestas señalaban que la coalición de seis partidos de la oposición liderada por el centroizquierdista Kemal Kılıçdaroğlu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP por la sigla en turco), podía alcanzar la mayoría o por lo menos llegar a la segunda vuelta con ventaja sobre Erdoğan.
Al final, Turquía vuelve a las urnas el 28 de mayo con Erdoğan en posición dominante, tras haber recibido el 49,5% de los votos. Kılıçdaroğlu obtuvo menos del 45%, y el resto se lo llevó un candidato ultraderechista y xenófobo, Sinan Oğan, que mañana (19 de mayo) anunciará a cuál de los dos candidatos que quedan apoyará. Pero parece probable que una proporción significativa de sus seguidores respalde a Erdoğan en la segunda vuelta.
Aquí falló algo más fundamental que unas encuestas que se equivocaron. El resultado de la elección no se puede comprender sin tener en cuenta el vuelco del electorado turco hacia el nacionalismo.
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