BERLÍN – La presidencia de Donald Trump hoy ya forma parte de la historia, lo que hace que la renovación de la relación transatlántica vuelva a tomar su lugar en la agenda europea. Sin embargo, no es posible retornar a las antiguas y acogedoras dependencias de la época de la Guerra Fría y el período posterior, tiempos en los que Estados Unidos, el gran protector, decidía todos los asuntos importantes de seguridad, y Europa adoptaba esas decisiones como algo de rutina. Para renovar el transatlanticismo, Europa tendrá que hacer su propia contribución a la seguridad conjunta, especialmente en su propio entorno geopolítico.
Entre sus vecinos más cercanos, la Unión Europea se enfrenta a tres ex potencias globales que están obsesionadas con su pasada gloria imperial: Rusia, Turquía y ahora el Reino Unido. Cada una tiene una relación singular con Europa, tanto actual como históricamente, y todas ellas comparten algunos puntos en común.
Bajo la presidencia de Vladimir Putin, Rusia se aferra con nostalgia a los recuerdos de su estatus de superpotencia, cuando la Unión Soviética a nivel global se equiparaba a Estados Unidos. Durante la presidencia de Recep Tayyip Erdoğan, Turquía sueña con reeditar la expansión geopolítica y cultural del Imperio Otomano que iba desde los Balcanes y los límites occidentales de Asia Central hasta el Mediterráneo oriental y la costa del norte de África (Libia), incluso llegando en el sur hasta el Golfo Pérsico. Y, por último, la Gran Bretaña post-Brexit está desentrañando su alma en un aislamiento autoimpuesto (y no tan espléndido), a pesar de que permanece cerca de los europeos continentales a través de la OTAN y fuertes lazos culturales e históricos.
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BERLÍN – La presidencia de Donald Trump hoy ya forma parte de la historia, lo que hace que la renovación de la relación transatlántica vuelva a tomar su lugar en la agenda europea. Sin embargo, no es posible retornar a las antiguas y acogedoras dependencias de la época de la Guerra Fría y el período posterior, tiempos en los que Estados Unidos, el gran protector, decidía todos los asuntos importantes de seguridad, y Europa adoptaba esas decisiones como algo de rutina. Para renovar el transatlanticismo, Europa tendrá que hacer su propia contribución a la seguridad conjunta, especialmente en su propio entorno geopolítico.
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Bajo la presidencia de Vladimir Putin, Rusia se aferra con nostalgia a los recuerdos de su estatus de superpotencia, cuando la Unión Soviética a nivel global se equiparaba a Estados Unidos. Durante la presidencia de Recep Tayyip Erdoğan, Turquía sueña con reeditar la expansión geopolítica y cultural del Imperio Otomano que iba desde los Balcanes y los límites occidentales de Asia Central hasta el Mediterráneo oriental y la costa del norte de África (Libia), incluso llegando en el sur hasta el Golfo Pérsico. Y, por último, la Gran Bretaña post-Brexit está desentrañando su alma en un aislamiento autoimpuesto (y no tan espléndido), a pesar de que permanece cerca de los europeos continentales a través de la OTAN y fuertes lazos culturales e históricos.
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